El mensaje
«Los premios, escribió Thomas Bernhard, son el modo de hacer inofensivo al artista, contentándolo. La subvención es otra manera»
El medio es el masaje. Lo saben las chinas de la playa y también Almodóvar, que en los Goya alabó el «fisicazo» de Pedro Sánchez y le deseó que le fuera muy bien, pues «si le va muy bien, nos irá muy bien a todos». Lo nombró, además, «coautor del guion» de nuestras vidas, así que respiré tranquila: ya tengo mi manual de resistencia. Nada malo puede pasar si escribes a cuatro manos con Sánchez. Haré ¡chas! y aparecerá un helicóptero a mi lado. O una presidencia del Consejo Superior de Deportes. Las mañanas olerán a algodón de feria y caminaré ligera, como si llevara zapatos de nube, danzando con las farolas cual protagonista de un musical. Y es que este Gobierno da para una zarzuela, con Ábalos entonando el «¡ay, bah!». El ministro, que tiene ya tantas versiones de su reunión con la vicepresidenta de Venezuela como «Mujercitas», debería echarle la culpa, ay, a la incoherencia recibida. Y fichar por Barrio Sésamo: «Hoy vamos a aprender la diferencia entre reunión, encuentro y saludo».
No sé si al presidente, que ensayaba en los Goya la cara de secundario de thriller francés que Almodóvar ha visto en él, le habrá gustado que el director manchego haya dado por supuesto que no es capaz de un argumento exclusivo ni de un papel protagonista. Una imagina a Sánchez con Iglesias como cuando Chaplin le puso «Monsieur Verdoux» a Orson Welles, que no le perdonó haberse apropiado de la autoría del guion por apenas 1500 dólares. Los títulos decían: Charles Chaplin presenta; producida por Charles Chaplin; dirigida por Charles Chaplin; música original de Charles Chaplin; productor ejecutivo: Charles Chaplin… «¿Mi nombre tantas veces no te parece monótono?», le preguntó.
Los premios, escribió Thomas Bernhard, son el modo de hacer inofensivo al artista, contentándolo. La subvención es otra manera. Tanto cebó su mensaje Almodóvar en la alfombra roja que se esperaba otra cosa de unos premios tradicionalmente contestatarios con el Gobierno. A saber: un zapato que se convirtiera en pistola marcando el 117, como el del «Superagente 86», o una nota explosiva. Claro que la experta en mensajes autodestructivos es la vicepresidenta Carmen Calvo, nuestra inspectora Gadget. En España, constató Fernández Flórez, para que un político vea confirmada su categoría de personaje, solo hace falta que haga frases.
Lo más curioso de los mensajes que se anuncian como importantes es que suelen carecer de importancia. Por eso el recado más sustancioso de los Goya salió de la humildad de Benedicta Sánchez, mejor actriz revelación, la prueba de que no todo lo que arde se pierde. «No olviden a la yaya», dijo con esa melena de niña que revela una última infancia. Porque los abuelos no suelen saltar por la ventana y largarse como imaginó en su novela Jonas Jonasson; suelen quedarse tejiendo jerséis de tiempo para los nietos, con los que abrigar a los padres. Abuelos que saben que la educación no es un pin, sino más bien un pimpón, un tenis de mesa que, a veces, se juega entre abuelos y nietos; otras, entre padres e hijos; otras, entre familia y escuela. Subvencionemos a los abuelos. Sin ellos sí que no hay memoria; a veces, ni sustento.