Miss Zapatero
«A Zapatero ya no le exijo sentido de Estado, ni siquiera sentido común: me bastaría con que tuviera un mínimo sentido del ridículo»
Hace un par de días Zapatero acudió como pregonero a la fiesta de Santa Eulalia, organizada, como cada año, por el Gremio de Restauración de Barcelona. Allí dejó algunas frases para la Historia: «Ojalá en cada esquina de Cataluña tengamos una mesa de diálogo», «estoy del lado de pensar que los malos momentos solo sirven para crear los buenos», o «decir diálogo es decir alivio». A estas alturas no esperamos demasiado de Zapatero, pero resulta llamativo que un hombre cuyos discursos tienen la misma hondura que los de la gala de Miss Mundo haya visto rehabilitada su influencia política en los últimos meses. Contra todo pronóstico, Miss Zapatero vuelve a pintar algo y sus cantos inanes al diálogo, el talante y la paz perpetua resuenan como una homilía vacua y tortuosa que creíamos superada.
Uno no debe arrepentirse de haber sido quien fue y tampoco de haber votado a Zapatero. Convengamos en que su legado en materia de derechos civiles es indudablemente positivo, aunque es cierto que, si bien sus éxitos podría haberlos logrados otro, sus tropiezos solo los podía dar él. No es necesario entrar ahora a valorar su desmanes en política económica y territorial, ni la retórica guerracivilista que resucitó y que sigue envenenando la discusión pública. Lo que me tiene visceralmente estupefacto es que un hombre que no ha acertado en ninguno de sus pronósticos y que es capaz de decir cosas como «la tierra no pertenece a nadie salvo al viento» siga teniendo algo de crédito en nuestra esfera pública.
Hasta hace no mucho pensé que Zapatero era un buen hombre, víctima de un idealismo patológico. Un buen tipo, cuyo peor defecto era la vacuidad de su retorica buenista. Sin embargo, empecé a desconfiar al observar (¡tonto de mí!) que su estulticia siempre beneficia a los mismos. El cándido Miss Zapatero nunca se ha equivocado a favor de los buenos. En una entrevista reciente en El Español afirmaba que la dureza con el nacionalismo automáticamente volvía a un partido de derechas. Sabíamos que así era, pero choca escuchar a un expresidente decirlo con semejante impudicia. Mira que cada vez le exigimos menos, pero Zapatero insiste en decepcionarnos. Por mi parte, ya no le exijo sentido de Estado, ni siquiera sentido común: me bastaría con que tuviera un mínimo sentido del ridículo.
Cerró Zapatero su pregón encomendándose a Santa Eulalia, alegre porque «el tiempo del diálogo, de la convivencia y el talante se ha reiniciado». Es interesante que pronunciara estas palabras en la misma semana que Clara Ponsatí mentía con odio y sin rubor en el Europarlamento, el sindicato mayoritario de profesores de Baleares exigía tribunales formados sólo por nacidos en los Països Catalans y la alcaldesa de Vic animaba a los «catalanes autóctonos» a que no hablasen castellano a quien no parece catalán. ¡Ay! Ojalá Miss Zapatero pusiera un día todo el poder de su inanidad al servicio de quien de verdad lo necesita.