Enviado especial a casa: El Congreso en el salón
«Lo que puede prometer este presidente son palabras y orden, amparado en la interpretación de un actor político de su talla»
El presidente explica en el Congreso el Estado de Alarma y la España representada lo mira desde la salita, con la casa plagada de ojos e incertidumbres. Los dos planos se mezclan: el olor del guiso del día sale de la cocina y llega al borde de la Cámara.
Los obituarios, anónimos e íntimos, suben por encima de los 500. “Cien millones de cadáveres sembrados a través de la historia no son más que humo en la imaginación”, aseguraba Camus. Es mentira: los números, ya mayúsculos, no pueden ignorar el sufrimiento en cada barrio, en cada ciudad.
Sánchez habla con el escenario vacío, sin la música del gentío político, sin la incidencia agradecida de su hinchada. Los aplausos suenan con la lejanía y el eco de una speakers’ corner. Lo que puede prometer este presidente son palabras y orden, amparado en la interpretación de un actor político de su talla.
Y eso ofrece, con su limitado registro y con su pasado. Pero la exigencia del país, con un pie en el estribo, es encontrar un gigante en la Moncloa, un presidente mitológico capaz de invocar a los grados celsius que fulminen al virus, de contratar a los dioses de la investigación médica, de tener telepatía con otros presidentes mitólogicos de Europa y de devolver la rutina, el aburrimiento y las quejas de los peatones, hoy ridículamente banales, ayer inaplazables. Al presidente no se le reclama la redención, se le exigen los 12 Trabajos de Hércules (y alguno más). Y la realidad es que nadie puede cambiar para convertirse en otro, acaso llegar al deseo de Mauriac, cuando le preguntaron que quería ser: “Yo mismo pero logrado”.
Los médicos reclaman una inmovilización social que frene esta contrata del juicio final. Ni Sánchez ni su Gobierno ni los inconcretos expertos ni Estados Unidos ni el Papá, que en la portada de La República hizo ayer un llamamiento en la dirección contraria, “a no desaprovechar estos días difíciles”, advirtieron la dimensión de la pandemia. Todos humanos y todos amenazados por las 8.000 maneras de morir que dice la Organización Mundial de la Salud que pueden eliminarnos.
Se puede soñar con un Estado proveedor e inmejorable, pero ayer el Estado concreto, urgente, dimensionado y expuesto era la señora de la limpieza del Congreso quien, con guantes y mascarillas, “esterilizaba” la tribuna de oradores entre intervención e intervención.
A la voz del presidente, le siguió la de Pablo Casado, con el Hemiciclo vacío, que sonó recia y funcionarial, dispuesto al apoyo sin muchos remilgos; luego, la de Espinosa de los Monteros, más crítico. Se escucharon llamadas de los grupos de izquierda a un Plan Marshall, al New Deal y a Echenique felicitando al gobierno. Luego, los nacionalistas liberaron sus demonios y vinieron a hablar de descentralización, competencias y contra el ejército. En fin.
En Contribución a la Estadística, Wislawa Szymborska, escribe: “De cada cien personas,/las que todo lo saben mejor:/cincuenta y dos,/las inseguras de cada paso/: casi todo el resto,(…) las encorvadas, doloridas/ y sin linterna en lo oscuro:/ochenta y tres,/tarde o temprano,/las dignas de compasión:/noventa y nueve,/las mortales:/cien de cien./Cifra que por ahora no sufre ningún cambio”.