THE OBJECTIVE
Jordi Bernal

Deportistas dipsómanos

«Bicicletas estáticas, mancuernas y bancos de pesas inundan las terrazas, transformadas de repente en improvisados gimnasios carcelarios»

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Deportistas dipsómanos

El balcón ofrece una panorámica digna de La ventana indiscreta de Hitchcock. Los vecinos de los edificios circundantes parece ser que han decidido pasar el confinamiento haciendo vida en las terrazas. Descontados los paréntesis en los que las últimas lluvias invernales o las primeras primaverales obligan al resguardo, el día es un ajetreo constante en los exiguos espacios al aire libre y a la calle que brindan los pisos; un mínimo y fresco soplo de libertad en la reclusión impuesta. Es sorprendente la cantidad de personas que aprovechan el encierro para hacer ejercicio y deporte. Con la guerra vírica, los corredores no cruzan la ciudad al trote y a horas intempestivas ni los ciclistas enfilan vertiginosos las avenidas como kamikazes dispuestos a inmolarse contra el cuerpo de cualquier transeúnte inadvertido, sino que maratones y tours se celebran en unos pocos metros de baldosas. Bicicletas estáticas, cintas de correr, mancuernas y bancos de pesas inundan las terrazas, transformadas de repente en improvisados gimnasios carcelarios en los que sus habitantes sufren y sudan.

De pronto, el ejercicio se ha convertido en una obsesión monumental, como si todos aquellos que a diario se pasan la vida en el asiento del coche, la silla del trabajo y el sofá de casa hubieran descubierto súbitamente los perjuicios del sedentarismo.

Sin embargo, mi asombro frente a esta fijación por el deporte, mi congoja ante la repentina vigorexia de mis compatriotas, se ha visto aligerada por las más recientes estadísticas del consumo en los establecimientos de alimentación. Mientras que en la primera semana el sentido común dictó el acopio de productos básicos y tal vez recomendó la provisión de alimentos saludables en plena operación bikini, la noticia de la prórroga del confinamiento ha traído consigo el incremento en las ventas de cerveza del 78 %, así como una subida considerable de la compra de bebidas alcohólicas.

Así que, conocida la noticia, he salido feliz al balcón y he encendido sin remordimientos un cigarrillo. Pues ahora conozco el secreto que se esconde en neveras y despensas de esos veloces atletas inmóviles, fustigándose en sus artilugios deportivos en penitencia por sus pecados calóricos. 

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