El arte de la guerra de narrativas
«Vivimos en sociedades en las que narrativas cargadas de valoraciones implícitas y emociones tienen más influencia que los hechos objetivos»
Nuestro período de la historia está empezando a hacerse eco de otros tiempos turbulentos. Son muchos los que estos días recuerdan la gripe española de 1918, la Gran Depresión de los años treinta o el conflicto de la Guerra Fría. Kafka o Camus son algunos de los autores más citados y leídos estos días; la mirada de Hopper vuelve a revelar aspectos íntimos y cotidianos. ¿Cómo pueden escritores con tanta carga emocional hablar de forma tan clara sobre nuestro presente? La respuesta es que también nosotros vivimos en tiempos oscuros.
Isaiah Berlin expuso en El sentido de la realidad su idea de que cada persona y cada época tienen, por lo menos, dos planos: “una superficie superior, pública, iluminada, fácilmente perceptible, claramente descriptible (…) y por debajo de ella, una senda hacia características cada vez menos evidentes, pero más íntimas y profundas”. Las guerras han ido mutando en las democracias modernas, desligándose de su carácter más brutal o físico. En estos “tiempos civilizados”, la política es la continuación de la guerra por otros medios. Estas guerras son menos perceptibles, pero no menos reales; se libran en la esfera de las ideas y los sentimientos, en el terreno de la opinión publica.
La guerra de las narrativas es la permanente disputa que se ha apoderado del debate público. Vivimos en sociedades en las que narrativas cargadas de valoraciones implícitas y emociones tienen más influencia que los hechos objetivos. Algunos analistas incluyen las narrativas en el análisis de riesgo político; esta línea de análisis se enfoca en la importancia del relato y de la elaboración de argumentos por ejemplo a la hora de formular políticas o de gestionar una crisis. Las narrativas implícitas y construidas pueden influir directamente en la forma en que se perciben los problemas y pueden constituir un riesgo per se.
Las narrativas, como los virus, se expanden o se extinguen, algunas mutan o quedan inactivas solo para detonar más tarde. Todo debate hoy adquiere connotaciones partidistas e ideológicas y todo parece analizarse en clave política, cultural e identitaria. En este contexto, la crisis del coronavirus no podía ser una excepción. La batalla por la narrativa, o “la batalla por los corazones y las mentes” opera bajo la dinámica política usual, pero quizás está adquiriendo un tono macabro por las estrambóticas y retorcidas narrativas que elaboran algunos partidos políticos y por la gravedad del contexto.
Esta crisis puede destronar a nuestros dioses modernos si las batallas de narrativas que han desatado les arrastran a una dirección que no habían anticipado. Cada vez más el debate político se convierte en un debate fantasma sobre problemas imaginarios, sermones, guerra ideológica, artificialidad, memes y otras fuentes dañinas de diversión. Los reflejos, la flexibilidad y el buen juicio político son elementos clave en una situación de crisis, pero a veces los actores políticos se dejan llevar por la adrenalina de la batalla.
Hay analistas que dan por descontado que las sacudidas de esta crisis van a generar cambios en la dinámica política, aunque el capítulo final de esta historia aún no está escrito y depende en gran medida de quién gane la batalla de la narrativa. Desde nuestras casas, los ciudadanos cada día compartimos memes más originales y creativos, lo cual es una fuente dañina de diversión y una vía de escape ante un espectáculo dantesco. De manera inquietante, esta crisis parece un anticipo de la decadencia de las democracias contemporáneas.