Nueva normalidad
«No sabemos nada concluyente y el Gobierno, tampoco y lo demuestra»
El presidente Sánchez vuelve al Congreso. Solicitud de convalidación de una nueva prórroga del Estado de Alarma. Empieza su salmodia: “Les reclamo unidad y lealtad” y, lo repite, “unidad y lealtad”. No está en un púlpito, pero le han escrito que diga eso y él, que es aplicado, lo lanza con la solemnidad de un estribillo de OT. La oposición le dice “Pero si usted ni nos telefonea” (y, es verdad, no telefonea) y cuando Casado y Abascal (la oposición física, con la que tiene que hablar, acordar y pactar) se dirigen a él, baja la mirada en su banco y, ya esto es una licencia de cronista televisivo, imagina una derecha idealizada a la medida de sus fullerías. Luego, el presidente Sánchez lee a trompicones un par de citas que le han buscado del Financial Times (como si él no supiera lo que está pasando y necesitara leerlo en inglés) y ahueca la voz cuando cuenta que un directivo de la OMS informado por su propio Gobierno aplaude la abnegación del dúo Sánchez&Iglesias ante la pandemia.
Y otra vez, “unidad y lealtad” y lucha contra los bulos y “todos llegamos tarde, pero España actuó antes”.
El Gobierno o no quiere o no sabe o no puede ni contabilizar a los miles de españoles muertos. Tampoco tiene capacidad para proteger de amenazas a los vivos. Pero insiste, “no vamos a abandonar a nadie”, “ya habrá tiempo de comprender qué hicimos mal”. ¿Tiempo para quién? El problema es que el tiempo se ha acabado para demasiados y el que queda es para repartir un fugaz minuto de silencio entre miles y miles. La democracia representativa establece que los ciudadanos cedan su soberanía a unos dirigentes y éstos son los que, desde posiciones institucionales, están propagando la desinformación y han establecido, sobre su andamiaje moral, una narración en la que coexisten enfermeros y médicos sin protección, memes, frivolidades, palmas y una canción del Dúo Dinámico convertida en una guía vital como si fuera una creación de Demóstenes.
“Unidad y lealtad, lo pido de corazón”. Unidad y lealtad ahora, cuando su Gobierno ignoró (como le recordaron Casado y Abascal por fechas y con detalles) las advertencias de la OMS, organización que ayer el propio Sánchez invocaba acogiéndose a sagrado.
En la casilla tacticista de Sánchez hay que anotar la división de la derecha: Vox ha roto amarras y el PP trata de mantener un hilo imposible respaldando a un Gobierno al que acusa de “confinar la democracia” y tramar “un cambio de modelo de Estado”. Abascal ya ve ese camino: “Ni yo mismo pude imaginar lo que se avecina: renta mínima y cartillas de racionamiento, el sueño de Iglesias, la destrucción de la clase media”.
En este ambiente abismal, el presidente Sánchez, que ha hecho de la ruptura su marca personal, imploró la unión. Lo hizo a su estilo, acudiendo al pasado y presentándolo como un eslogan, como una píldora de hechicero: “Pactos de la Moncloa”. El sabio Lagares, Catedrático de Hacienda Pública, que estuvo allí en aquella hora española y no como Pablo Echenique que ayer nos explicó en qué consistieron los Pactos cuando ni había nacido, recuerda que, antes de anunciar el proceso negociador, Fuentes Quintana había hablado con todos los partidos, había hecho propuestas y había establecido canales de comunicación con los opositores; y que el presidente Suárez se esforzó en respetar al resto de fuerzas políticas mostrándose comunicativo y franco.
“La vida -escribió Ortega- es una operación que se hace hacia adelante (…). El comienzo es ya el ahora (…). No basta la acción, que es un mero decidirse uno -sino que es menester fabricar lo decidido, ejecutarlo, lograrlo (…). El futuro es el horizonte de los problemas, el pasado la tierra firme de los métodos, de los caminos que creemos tener bajo nuestros pies”.
Estamos atrapados entre el pasado y las preguntas. “No busque ahora las respuestas: no le pueden ser dadas, porque no podría vivirlas. Y se trata de vivirlo todo. Viva ahora las preguntas», aconsejaba Rilke.
No hay vacuna.
No se conoce un tratamiento eficaz.
No sabemos nada concluyente y el Gobierno, tampoco y lo demuestra.
El presidente Sánchez dijo que tendremos que acostumbrarnos a una “nueva normalidad”.
¿Qué nueva normalidad?
Una de recortes de libertades, miedo, desconfianza en el futuro, pobreza y persecución al discrepante.