Entre olivos
«Perdidos en nuestros miedos, lejos de la gloria, hay que pensar de nuevo a la luz de la semilla fértil, sin rechazar las llagas de la realidad. Entre olivos se construye un futuro distinto, confío que mejor»
Decía el padre Antonio Orbe que más se aprende en el monte Olivete que en el Tabor, entre los olivos de Getsemaní que en la Gloria. En Semana de Pasión me pregunto si eso es cierto. ¿La humanidad aprende en la abundancia o en la escasez, en la gozosa alegría de las noches de fiesta o cuando encara sus límites, bordeando el abismo en los felices años veinte o en la funesta década de los treinta? Todas las cuestiones binarias ocultan una trampa entre sus pliegues: no hay respuestas definitivas, ni espacios neutros. Los olivos, sin embargo, desnudan la sociedad; la presentan sin velos, in puribus, con la condición de que ninguno de sus huesos sea quebrantado. La oración del salmista –“no será quebrado hueso suyo”– es la que seguramente repitan nuestros políticos; quizás no de palabra ni con los labios, sino en la interioridad de la conciencia, con la angustia de quien teme que sus días hayan sido tasados. ¿Aprenderán de los errores cometidos? ¿Se darán cuenta de que gran parte de la división que sufrimos es consecuencia del odio cultivado, de las semillas del rencor ideológico alimentadas sin cesar por el poder y los medios de comunicación? ¿Entenderán que no todo es válido en el uso de la propaganda y que resulta preferible un mal acuerdo que sane las heridas al falso moralismo de denigrar a la otra mitad de la nación? ¿Cuánto hay de rectificación necesaria en la solicitud de unos nuevos pactos de la Moncloa y cuánto de juego de malabares para salvar una situación desesperada? Entre olivos se aprende a mirar la realidad desnuda. No siempre, desde luego. No siempre.
Porque hay una realidad desnuda que hacemos mal en no mirar. Es la que olvida la fragilidad humana, la incertidumbre política y económica. Damos por garantizadas demasiadas cosas: la democracia, por ejemplo; la solidez del bienestar, la dirección ascendente del progreso, la estabilidad de nuestra posición, la inmortalidad incluso. No porque vayamos a ser inmortales, sino porque vivimos como si lo fuéramos, bajo el ensueño de la perpetua juventud y la omnipotencia de la medicina. No es así; pero eso sólo se aprende entre olivos, postrados de cara al suelo, atemorizados por el Angelus Novus de Paul Klee y Walter Benjamin, cuyas alas agitan el viento de la Historia dejando tras él la ruina de los anhelos del hombre, aunque también un hilo de esperanza. Benjamin decía que la luz mesiánica surgía de entre las grietas, bajo una luz débil y lunar, distante. Perdidos en nuestros miedos, lejos de la gloria, hay que pensar de nuevo a la luz de la semilla fértil, sin rechazar las llagas de la realidad. Entre olivos se construye un futuro distinto, confío que mejor. Deseo que mejor.