Cuando caiga el telón
«Se observa lo pequeño que resulta un minuto para los 18.000 fallecidos por la pandemia»
Hoy se le ha podido volver a preguntar al Gobierno en el Congreso después de (casi) dos meses de nada. Uno se pregunta, a su vez, ¿total, para qué? El cuerpo del Gobierno es un esqueleto de malos intérpretes de drama. Y así lo que se constató fue su estolidez: la inoperancia de ese dúo de voces huecas del presidente y el vicepresidente apelando al consenso que ellos mismos han rechazado biograficamente (incluso en sus biografías entrelazadas). El ejecutivo es un ovillo y, en su máxima expresión de talento, llega señalar a la oposición por insolidaria. Por eso, a Pedro Sánchez le bastaron 38 minutos (38) para abandonar la Cámara, lo que hizo justo después de levantarse, hablar con la conciliadora Lastra y dejar el asunto en las manos adecuadas. No tenía mucho más que proponer, francamente, así que desapareció valientemente.
Antes, la Cámara, había vuelto a tributar un minuto de silencio a los españoles muertos (también en recuerdo de, en opinión generalizada, el mejor presidente de la Cámara, Landelino Lavilla). Se observa lo pequeño que resulta un minuto para los 18.000 fallecidos por la pandemia. Hace apenas una semana se tributó otro minuto; el Viernes Santo eran 15.843 españoles los fallecidos. Lanchester (en “¡Huy! Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar”) explicaba la desubicación general que se produce cuando se alternan las unidades de medición que nos sirven de referencia: ¿cuántos son cientos de miles de millones de euros? ¿cuánto duran los días que tienen 86.400 segundos?
Casado había abierto la mañana con urgencia. Moncloa se había puesto a tocar el tambor de la “lealtad y la unidad”, incapaz de responder a su responsabilidad y el presidente del PP, que está todavía a la búsqueda del tono, preguntó al aire: “¿Por qué somos el país con más muertes por habitantes? ¿por qué llevó usted luto por Bataclan? ¿por qué no hemos hablado más que unos minutos en un mes? ¿por qué me convocan por rueda de prensa?”
El vicepresidente del Congreso y valedor de Sánchez en Andalucía, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, dijo previamente en Canal Sur, “la forma de llamar a Casado es irrelevante cuando nos enfrentamos a la situación más difícil desde la Segunda Guerra Mundial”. ¿Y cómo pretende Celis que se comunique Sánchez con sus súbditos opositores, telepáticamente? ¿O es que, como en décadas precedentes, la conferencia trae retraso?
“Lealtad” y “unidad” pero la operación se diseña desde el pupitre de Colbert, el ministro de Finanzas de Luis XIV, pensando que todo el país, también la oposición, los medios de producción, los obreros o los hospitales, se organizan desde la plataforma mediática y narrativa de Sánchez, meras fichas de su Risk. Luego, viene la realidad y se empeña en contar cosas irreparables. Y muchos españoles, como en el verso de Baudelaire, no ven el futuro por ninguna parte: “Esta vida es un hospital en el que cada enfermo tiene la manía de cambiar de cama. Este de aquí querría sufrir enfrente de la estufa. Aquel de allá piensa que mejoraría al lado de la ventana. Y yo creo que estaría siempre bien allí donde no estoy”.
Casado le recordó a Sánchez que cuando caiga el telón, no podemos ser todos responsables.
Luego, el presidente y su vicepresiente insistieron en el “esfuerzo enorme que está haciendo el Gobierno”. Endeudándose, básicamente, en un “esfuerzo enorme” que pagarán los españoles. Es la forma de atribuirse todo, de patrimonializarlo todo, incluso la Constitución, a la que apeló Iglesias para llamar al consenso a García Egea, que le dio la noticia al líder de Podemos de que, efectivamente, él era el vicepresidente de España. Incluso era el vicepresidente un día después de que hubiera llamado a la República y afeado la labor constitucional del Rey.
También se escuchó a Mertxe Aizpurúa, de Bildu, hablando de que “la vida de las personas vale más que las cuentas de las grandes empresas”; a la ministra de Educación descargando en Sanidad la interrogante de cómo van a ser evaluados los alumnos y qué pasara con el curso escolar y a Álvarez de Toledo Peralta Ramos, como enfáticamente la llama Batet, preguntando sencillamente pero en su estilo, “¿Por qué tenemos las peores tasas del mundo? No son capaces de contar a los muertos, ¿puede explicar por qué murieron?”. María Jesús Montero, la portavoz, le afeó las formas -muy bien- y luego citó el apoyo de la OMS para defender una gestión desastrosa. Así estamos. Todo tuvo un doloroso aire marxista. El Gobierno empeñado en emplear los pensamientos de Groucho: ¿pero a quién va a creer, a mí o a sus propios ojos?