¿Puede un ordenador decirme lo que quiero?
«No podemos concebir la televisión como arte sin hablar de la televisión como tecnología»
En el cuarto episodio de la cuarta temporada de la serie Halt and Catch Fire tiene lugar el siguiente diálogo entre tres de los personajes protagonistas (Joe, Gordon y Cameron, todos pioneros de la tecnología en el nacimiento de Internet, allá por principios de los noventa) cuando están configurando uno de los primeros buscadores web:
CAMERON: Sólo tenéis que idear un algoritmo más sofisticado.
GORDON: Ese no es nuestro enfoque.
JOE: Se necesita una lista verificada, una guía a través del caótico laberninto de la web. NO algo impersonal como las matemáticas.
CAMERON: Las matemáticas son algo muy personal para mí. Y la verificación está bien cuando tienes 500 páginas web, o 5000. Pero, ¿qué haréis cuando haya cinco millones? ¿Cómo guiaréis a la gente entre todas ellas?
JOE: Diciéndote qué pagina es mejor. En el enfoque humano se basa toda la empresa. (…) Las matemáticas no pueden marcar la diferencia cualitiativa entre lo bueno y lo malo. Un ordenador no puede decirme qué quiero.
CAMERON: Aún no.
En este diálogo de apenas unos segundos se condensa una dialéctica que todavía hoy nos convoca: ¿máquinas o humanos? ¿recomendaciones personalizadas basadas en logaritmos o en experiencias? ¿La verificación de datos solo es posible si no es masiva, es decir, si opera con números pequeños?
Ramón González Férriz afirma en su libro La trampa del optimismo. Cómo los años noventa explican el mundo actual (de próxima publicación en la editorial Debate) que el sistema de la World Wide Web se utilizó en un principio para que los académicos pudieran compartir documentos de una habitación a otra, de un distrito a otro, de una ciudad a otra. Su idea inicial se fijaba en el impulso humano y social (que encarna el personaje de Joe) de compartir libremente con todo el mundo; sin embargo, pronto devino en un espacio comercial en el que ganar mucho dinero (el personaje de Donna de la tercera y cuarta temporada como CEO impasible ejemplifica este tipo de directivo tiburón). Esta serie muestra, a través de una narrativa portentosa y unos personajes inolvidables, cómo fue posible que empresas tecnológicas gigantes como Google, Yahoo o Amazon nacieran con equipos pequeños, en lugares minúsculos y con una clara voluntad humanista.
Todo cambió cuando el capitalismo entró en juego y entendieron el potencial de la red como valor económico. El proceso era sencillo: jóvenes genios tenían una idea, los hedge funds invertían millones de dólares en esa idea. ¿El resultado? Un gran porcentaje fracasaba pero quien ganaba lo hacía de un modo colosal. Tanto que una empresa como Amazon -nacida en 1994- ha ganado 6,8 billones de dólares sólo en la última semana, durante la crisis sanitaria y económica más grave de los últimos cien años.
La serie muestra un mundo, el de los ochenta y noventa, que era puro optimismo: los protagonistas de la serie creen que la tecnología, sus empresas de Internet, los videojuegos van a solucionar muchos de los problemas del mundo. Queda todavía mucho camino que recorrer para saber si la pandemia que ahora vivimos (y cuyo confinamiento forzoso me ha permitido devorar las 4 temporadas de esta magnífica serie de una sentada) es síntoma o consecuencia de nuestra hiperglobalización digitalizada. Pero sé que he podido ver la serie gracias a una plataforma tecnológica llamada Filmin. Es decir, no podemos concebir la televisión como arte sin hablar de la televisión como tecnología. Mi experiencia de visionado jamás hubiera sido la misma en una televisión tradicional. ¿Acaso no creen que el tipo de belleza o de arte que percibimos en un contenido -serie, canción, podcast, película, audiolibro- está inevitablemente determinado por la forma en que lo consumen?