Niños en la calle
«Los niños no necesitan que se les trate de manera muy diferente. Son más bajitos y tienen todo por aprender, necesitan límites y paciencia y que les dejen un poco a su aire»
Los niños llevan sin poder salir a la calle, salvo excepciones, desde el 11 de marzo en Madrid, desde el 14 en toda España. Ha pasado un mes y una semana y el estado de alarma se va a ver prolongado al menos hasta el 9 de mayo. En la misma rueda de prensa en la que se anunció esa prórroga, el presidente del Gobierno dijo que los niños podrán salir a la calle a partir del 27 de abril. Lo dijo el sábado pasado; el viernes, mi hija y yo escribimos al Defensor del Pueblo para pedir que dejaran salir a los niños: no al parque ni al mercado, solo a dar una vuelta a la manzana, a estirar las piernas, a que les dé el aire, a que les dé un poco de sol o lluvia o lo que toque.
Este asunto, sorpresa, también divide: para unos es terrible, los niños son vectores contagiosos, supervillanos contagiadores, una periodista se quejaba de que una niña había estado a punto de tocarle la gabardina. Hasta gente respetable decía que le parecía un error de diagnóstico que habláramos de eso, como si fuera un capricho o una excusa para librarnos de los niños, como si fuéramos a dejarlos en la calle, como si no supiéramos, los padres, que tendremos que llevarlos de vuelta a casa con nosotros. Que es un asunto de salud lo sabe quien tiene hijos. Lo primero que te dice la enfermera cuando tienes un bebé es que hay que sacarlo a la calle, llueve, nieve o truene. Quien no tiene hijos puede hacerse una idea de lo que supone para los niños no salir a la calle: lo mismo que a ellos. Para entender lo que les pasa a los niños también me acuerdo de un truco que me dio la enfermera cuando nació mi primera hija y le pregunté si tenía que abrigarla más: lo mismo que a ti, me dijo, solo es más pequeña.
La ensayista Carolina del Olmo escribía en El País que los niños siguen siendo sujetos de segunda, “sobre los que todavía se puede discutir sin sonrojo si son o no propiedad de sus padres”. Hay quien todavía no entiende ni qué es lo malo de eso, quien cree que no se puede hablar con los niños que hacen ruido en un tren, que hay que hablar con ellos a través de sus padres, como si no entendieran del todo o como si no fueran parte de la sociedad, como si fueran una especie de bichos raros que dieran un poco de grima. A veces los padres favorecen esa actitud. Los niños no necesitan que se les trate de manera muy diferente. Son más bajitos y tienen todo por aprender, necesitan límites y paciencia y que les dejen un poco a su aire. Y poder salir a dar la vuelta a la manzana, como quien baja al quiosco cada mañana a por el periódico.