MyTO

Hastío e inquietud

«Ahora que han pasado seis semanas ya no sé ni lo que echo de menos: estamos todos agotados, hartos, intranquilos, llenos de angustia, económica y vital»

Opinión
  • Licenciada en Filología Hispánica. Ha publicado «París tres», «Jóvenes y guapos», «Solo si te mueves» y «Los idiotas prefieren la montaña», todos en Xordica. Es miembro de la redacción española de Letras Libres y colabora con diferentes medios.

Cuando empezó el confinamiento no sabía lo que echaría de menos de la vida que se paraba en seco, obligada a una hibernación total, al menos en apariencia. Intuía algunas cosas, sí, la libertad de movimientos, evidentemente, y todo lo que conlleva eso, pero no los detalles. Tras la primera semana hasta pensé que no estaba del todo mal: me libraba del estrés de llevar a los niños al colegio siempre con la hora pegada y corriendo porque, como el conejo de Alicia, no llego. Hasta me parecía curioso vivir, temporalmente, como otras generaciones: la comida en casa todos los días a la misma hora, los niños debajo de la mesa. Ahora que han pasado seis semanas ya no sé ni lo que echo de menos: estamos todos agotados, hartos, intranquilos, llenos de angustia, económica y vital. Y eso que podemos estar agradecidos porque no hay familiares afectados, aunque sí amigos fallecidos, como Luis Miguel Madrid (Madrid, 1960 – 2020), dueño y fundador del mejor bar de Madrid, la Champañería María Pandora, en las Vistillas, que además era escritor.

Entre la tristeza y la culpa se van pasando los días, un día que se va es un día menos. Hay nuevas señales que marcan el paso del tiempo y la rutina: ahora sabemos que vamos tarde en la hora de la cena no porque el portero llame a la puerta, sino porque oímos los aplausos de las ocho.

Me pregunto si echaré de menos algo de todo esto cuando pase. Trabajar codo con codo con mi novio, como cuando éramos jóvenes. Ver a los niños todo el tiempo, levantar la vista del teclado y descubrir que la pequeña ha aprendido a ensamblar los Lego duplo, o que, oh, milagro, están los tres entretenidos sin chillar ni pelearse ni reclamar nada y respirando. ¿Añoraré cuando lo único que había que hacer era preparar cinco comidas al día y entretanto trabajar como pudieras? ¿Añoraré, pese a todo, esa parálisis calma? Es como las imágenes de las grandes ciudades vacías, son sobrecogedoras y se aprecia mejor la arquitectura y la belleza, pero en el fondo son terroríficas.