La mirada, otra vez
«Llevábamos más de cincuenta días con sus correspondientes noches ajenos a la cosa de la patria chica, pero tanta alegría no podía durar»
Estábamos muy entretenidos con el espectáculo onanista del personal en los balcones encantado de haberse conocido con su resistencia a ritmo discotequero cuando la matraca indepe ha aflorado del alcantarillado digital. Llevábamos más de cincuenta días con sus correspondientes noches ajenos a la cosa de la patria chica, pero tanta alegría no podía durar. Parece ser que el escritor Javier Cercas, en una entrevista en El Periódico, afirma que, aun reconociendo que la crisis de la Covid-19 es terrible, le afectó más el infausto otoño del 2017. Un otoño caliente, ciertamente, con sus votaciones ilegales y sus proclamaciones republicanas de boquilla.
Cercas, cualquier lector alfabetizado y de buena fe lo comprende, expresa una afectación personal e intransferible. Puede alguien estar en desacuerdo con su percepción e incluso discrepar de la trascendencia que le otorga a la pantomima procesista. El escritor, sin embargo, no le está restando importancia al momento presente, sino que, repito, transmite sinceramente cómo lo vive, aunque muchos estemos haciéndolo con un poco más de incomodidad. Hay que suponer, además, que dada su óptima situación profesional tampoco le afectará demasiado la hostia económica que se nos viene encima.
En cualquier caso, los indepes han utilizado su momento de mención a la bicha para hacerse los ofendidos, en eso son unos maestros, y recriminarle al novelista su falta de corazón. La jauría, bien adiestrada por Bruselas, le ha saltado a la yugular. No ha faltado a la cita Pilar Rahola, que, con su encrespada demagogia habitual, ha aprovechado que Iceta pasaba por twitter con la lectura de la entrevista bajo el brazo para desearles a Cercas y a él mismo que se crucen con “algún familiar de los miles de muertos por la pandemia. No le aguantaréis la mirada”. ¡Oh la mirada! La misma que nadie sin subvención perpetua como la Rahola es capaz de aguantarles a los políticos presos.
Ellos, en cambio, no se inmutan. Ya puede el Supremo ratificar el mamoneo convergente con el Palau de Millet, ya puede la pandemia evidenciar las graves deficiencias de la sanidad catalana provocadas por unos recortes despiadados, que su proverbial desfachatez les impide desviar la mirada fija en la poltrona.