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Quién teme a Vivian Barrett

«La película tiene un truco, un dispositivo que no puedo desvelar y que propone una reflexión sobre la relación entre realidad y ficción, o mejor dicho, una reflexión sobre cómo el cine se relaciona con la verdad»

Opinión
  • Licenciada en Filología Hispánica. Ha publicado «París tres», «Jóvenes y guapos», «Solo si te mueves» y «Los idiotas prefieren la montaña», todos en Xordica. Es miembro de la redacción española de Letras Libres y colabora con diferentes medios.

Lo primero que me pregunté es quién era esa misteriosa escritora Vivian Barrett, a quien supuse francófona y por qué nunca había oído hablar de ella. Fragmentos de sus diarios sirven para acompañar las imágenes brillantes y coloridas con que se compone My Mexican bretzel, de Núria Giménez, película sorpresa de la sección Un impulso colectivo del festival D’A, que este año, excepcionalmente, ha alojado el portal Filmin. La película de Giménez se ha llevado el premio del público. En esa misma sección estaban otras películas como Violeta no coge el ascensor, de Mamen Díaz, un remake de Hannah takes the stairs, trasladado a un verano madrileño pegaojos y libresco; Video blues, de Emma Tusell, o La educación sentimental, de Jorge Juárez.

My Mexican bretzel resulta misteriosa desde el título y el cartel: una señora en medio del mar y el nombre del pastel ahí, como una pista falsa. La película se abre con una cita: “la mentira es solo otra forma de contar la verdad”, de Paravadin Kanvar Kharjappali, de quien Vivian Barrett cuenta haber encontrado un único libro de tapas rojas en la casa de su tío Paul. El mismo tío Paul que salió de casa una tarde diciendo que volvería para cenar y tardó cuarenta años. Cuando volvió, cuarenta años después, su mujer solo le dijo: se te ha enfriado la cena. Todo esto lo cuenta Barrett en esos fragmentos que aparecen escritos encima de las imágenes en super 8 y 16 mm, en color y en blanco y negro, en las que se ve a un matrimonio casi siempre de vacaciones (en la playa, en la nieve, viajando por Estados Unidos) a lo largo de veinte años. No se sabe muy bien a qué se dedican. Él vio truncado su sueño de ser piloto en un accidente. Son ricos, aunque no hace falta decirlo. Viajan, él se obsesiona con la cámara y con filmar, ella prefiere la escritura, dice. También dice que filmar es una forma de desaparecer. Hay detalles sobre la convivencia conyugal, los altibajos, los escarceos y lo que supone envejecer. En los fragmentos del diario de Barrett se cuelan citas de Kharjappali sobre casi todo. Son aforismos, algunos con mucho sentido del humor, como su epitafio: “Gracias por todo, señor. Pero no he entendido nada”. El resultado de esa mezcla es hipnótico.

La película tiene un truco, un dispositivo que no puedo desvelar y que propone una reflexión sobre la relación entre realidad y ficción, o mejor dicho, una reflexión sobre cómo el cine se relaciona con la verdad. Al principio me perturbó. Me perturbó tanto que escribí a una de mis alumnas de la ECAM: necesitaba hablar de eso. Me perturbó tanto que hice que la vieran mi padre y mi hermano para hablar de ella. La volví a ver la noche siguiente, ya entregada a esos colores, a esos personajes y a la historia que construye Nuria Giménez con esas imágenes cautivadoras.