Tombuctú
«Entristece constatar el vacío que dejó Berlanga en eso que llaman la cultura española»
Una de las últimas veces que vi a Michel Piccoli fue en pantalla grande. Hace ya veinte años (como de casi todo) en la piel de otro Michel; Michel des Assantes, ese personaje del Berlanga último que quería escapar bien lejos de todo hasta la muerte en paz en Tombuctú. Por azares del viaje recala en un villorrio levantino, metonimia de una España finisecular en pleno festejo del pelotazo feliz. Ahí quiso el cineasta poner el punto y final a una filmografía que se basó fundamentalmente en observar con estupor una sociedad sin remedio y para esa ocasión nada mejor que la mirada foránea de un hombre asqueado tanto de los demás como de sí mismo.
La muerte de Piccoli no duele si pensamos que se va un hombre con una vida longeva y en la medida de lo posible bien aprovechada. Pero recuperando en el recuerdo apresurado de su filmografía París-Tombuctú, entristece constatar el vacío que dejó Berlanga en eso que llaman la cultura española. Si tuviéramos a un Berlanga en estos días, algunos dicen. Y sí, sería higiénico que al igual que él alguien fuera capaz de si no al hundimiento, al menos contribuir a cierta zozobra de la nave a la deriva: “Yo he dicho siempre que esta sociedad es una mierda pero, por desgracia, mi cine y yo navegamos en el barco de esta sociedad. Puede que no sepa dar un golpe de timón a este barco pero, por si acaso, lo que hago es mear siempre en el mismo sitio, a ver si consigo abrir un agujero por el que se termine hundiendo el barco».
También aseguró en otra ocasión: «España es un país maldito, porque la gente no tiene sentido cívico, de pertenecer a una colectividad, para intentar lo mejor para todos. Y no es por deformación del franquismo y de tantos años de dictadura: eso lo llevamos en las entrañas los españoles. Lo que prima es la ley del ‘estás conmigo o estás contra mí». En esas seguimos.
Michel no consiguió llegar a Tombuctú ni abandonar la farsa a lo grande, pero al menos Berlanga cerró su filme con un mensaje que resulta premonitorio en estos tiempos bárbaros: “Tengo miedo”.