El lector independiente
«Este leer para reconocerse en lo leído es un tipo de onanismo. Habría que relacionarse, desflorarse con otras perspectivas»
Hay medios tan independientes que empiezan por independizarse de la realidad. El alumbramiento de un nuevo diario digital que promete abrirnos los ojos, aunque sea con las pinzas de La naranja mecánica, me ha recordado una excursión a Doñana para ver el lince, su trébol de cuatro hojas. “¡Atentos, a la derecha!”, exclamaba el guía con entonación de Félix Rodríguez de la Fuente. “Vean las densas manchas de helecho”. “¡Atentos, a la izquierda! Ahí tienen los famosos eucaliptos”, y esperábamos los gallegos que al menos albergaran koalas. Al terminar la ruta, expertos en flora y con eco en el bolsillo, concluimos que el lince había estado con nosotros en el autobús desde el principio.
El medio independiente es como el lince ibérico: se promociona mucho, pero pocos lo ven. O, si lo prefieren, como el test rápido; o como el ERTE abonado, que va camino de ser rebautizado como suerte. Todo medio depende de una financiación, de una línea editorial, de las interpretaciones de sus periodistas, de sus palabras y silencios; la libertad se mide con la regla de lo que se calla.
—Yo no sé decir más que la verdad —presumía un famoso crítico ante Jacinto Benavente.
—Que mañana estrene una comedia el novio de una sobrina del director de su periódico y veremos lo que dice usted.
—No haré yo la crítica.
—Ya es un modo de no decir la verdad.
Para el lector, un periodista independiente suele ser aquel que coincide con su punto de vista; porque no se lee para deshacerse de los prejuicios, sino para confirmarlos. Sirva de ejemplo la clasificación de “Yes, Minister”: “El Daily Mirror lo leen quienes creen que gobiernan; The Guardian, los que piensan que deberían gobernar; el Financial Times, los propietarios del país; […] a los lectores de The Sun les da igual quien mande mientras tenga los pechos grandes”. Este leer para reconocerse en lo leído es un tipo de onanismo. Habría que relacionarse, desflorarse con otras perspectivas. Qué mayor placer, a veces, que desencontrarse a uno mismo. En su diario cuenta Christian Bobin que trae a casa azucenas, unas flores que no le gustan, por el goce de contradecirse; y se produce el flechazo.
Cuando Umbral fichó por ABC, recibió amenazas y hubo suscriptores que se dieron de baja. Convulsionaban como la niña del exorcista al leer: “Quedará la palabra ética y violenta, lúcida y urgente, de Alfonso Guerra”. Tras su marcha confesó que no le compensaba escribir para un público que no era el suyo. Hay algo folclórico en ese “mi público”, una necesidad de aplauso, que es soda para las tripas del ego, pero también soga. Para que un autor sea libre ha de tener lectores independientes cuya expectativa sea la calidad; lectores emancipados de clichés, que entiendan que en el bosque hojaldrado del periódico pueden convivir alcornoques y cerezos en flor; lectores gatunos que no se casen con ninguna caricia; que se aventuren más allá de la literalidad y disfruten de la literariedad; que no valoren la obra por afinidad, sino por finura; lectores discrepantes, capaces de un elogio que no incluya la autoloa. Afortunado quien reciba algún día este mensaje: “¡Cómo me ha gustado su columna, no puedo estar más en desacuerdo!”.