La felicidad obligatoria
«Estamos a nada, a un par de portadas únicas, de exigir que la felicidad sea obligatoria y las drogas, en consecuencia, gratuitas»»»
La portada única es un insulto. Para empezar, y por su mensaje, a la lógica y a la inteligencia. «Salimos más fuertes» es como decir «Todo irá bien», que es como decir que los que sobrevivan estarán vivos y que los que no se queden en la calle tendrán trabajo. Cuente el Gobierno como cuente, estamos en casi 30.000 muertos oficiales. 30.000 muertos a las espaldas, sólo hace más fuerte a un tipo muy concreto de persona.
Pero «Salimos más fuertes» es, además, una mentira. Porque no salimos, sino que nos dejan salir. Y nos dejan salir de casa para que podamos entrar ya de pleno en la crisis económica, sin el infantil engaño que nos proporciona el tiempo suspendido del arresto domiciliario. A una crisis no se entra fuerte, se entra a Rastras. Y si la mentira del Gobierno pretende ser una mentira inspiradora, una profecía auto-cumplida, habrá que ver qué nuevo mundo, qué nueva normalidad, pretende fundar con ella. Porque hace apenas una semana el vicepresidente decretaba la obligatoriedad del «patriotismo fiscal» y hace un par de días, el Gobierno en pleno secuestró los kioskos para decretar el «optimismo informativo» obligatorio. Lo único constante y consistente de la acción y de la propaganda gubernamental es la obligatoriedad de la virtud, en esa línea que inauguró Rousseau con la obligatoriedad de la libertad y que encuentra en todas las distopías, reales e imaginadas, su única consecuencia lógica.
«Salimos más fuertes» es un mensaje patriótico y optimista, de felicidad impuesta y españolidad forzada. El pesimista es ya culpable; contamina el aire de todos con esa mala baba tan suya. Estamos a nada, a un par de portadas únicas, de exigir que la felicidad sea obligatoria y las drogas, en consecuencia, gratuitas.
La portada única es, también, un insulto a la línea editorial de algunos de estos periódicos que, según dicen, se vieron obligados sin que me consten unas disculpas y un editorial de condena a semejante soborno. ¿De verdad había que aceptarlo? Si lo era, debemos entender la naturaleza de esta obligación. En el mejor de los casos, lo que se les obligó a publicar o es bullshit o es wishful thinking. Ambas cosas muy alejadas del ideal del periodismo libre y riguroso que eleva el discurso público y la calidad de nuestra vida democrática. Pero es que, en el peor, la portada les está obligando a mentir. A retractarse de lo que han dicho hasta hoy y a alertar a los lectores en contra de lo que van a leer después. Como decía Carlos Esteban, sitúa al lector, al ciudadano, en «el momento final de la obra de teatro en el que el elenco sale a saludar, y vemos juntos, cogidos de la mano en alegre compañía, al traidor y al héroe«. Y, al hacerlo, la priva de todo sentido.
Exagero, claro. Siempre se exagera. Pero, ¿de verdad debe un periódico dejar que el Gobierno entre en su redacción para ofender a la verdad, al periodismo y a los lectores? ¿Es eso compatible con ser el cuarto y el más fundamental de los poderes?