THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Crónica del desamor

«Una cosa es la esgrima, sea con fino florete o sable rotundo, y otra las navajas, que carecen de reglas»».»

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Crónica del desamor

‘El PP achaca el enfrentamiento entre Álvarez de Toledo e Iglesias al clima que hay en la calle’. Éste fue un titular de la semana pasada, o sea que el ascenso de violencia verbal en el Congreso no es cuestión de los congresistas o del método parlamentario y sus humores, sino el espejo del clima que hay en la calle. A ver: llevamos dos meses encerrados en casa y quince días, si llegan, saliendo a la calle. ¿Enfrentamiento? Lo que hay es distancia, mascarillas, silencio, temor y no sé cuántas cosas más, pero no se ve a nadie que insulte, amenace o acabe haciéndolo si sus señorías no dan persistente ejemplo y esto acaba siendo una olla de grillos. Al menos donde vivo, no veo clima de crispación por ninguna parte; ni siquiera veo que el clima se haya calentado en los últimos tiempos, más allá de la cercanía del verano.

Cuando empezó el confinamiento me propuse no escribir un diario sobre el mismo: los habría a docenas. Como novelas distópicas –o ya no tan distópicas– sobre plagas, cuando ésta pase. Pero recuerdo que días después, busqué unos versos de Ezra Pound que me parecían el clima adecuado a la atmósfera que estábamos viviendo. Son los últimos versos que el poeta más sabio del siglo XX –hablo de literatura, no de política o economía, donde fue un espiritado iluminista– leyó en Radio Roma antes de ser enjaulado como una fiera e ingresado luego en un psiquiátrico durante años. Dicen así: ‘Y los días no están llenos./ Y las noches no están llenas./ Y la vida se desliza como una rata de campo, sin mover la hierba.’

Esto eran nuestras calles y ciudades hasta hace dos días y éste el estado anímico de los ciudadanos: días vacíos, noches vacías y la vida quieta e inquietante, en silencio y a oscuras. Si los partidos –como hacen tantos periódicos– confunden la calle con las redes sociales tenemos un problema: el discurso locoide se ha instaurado en la vida oficial como si fuera la ortodoxia y culpabilizar a la sociedad de origen o identificación con ese discurso es una temeridad digna de Pilatos. Y de la misma forma que en los 80 se decía que la política italiana iba por un lado y la ciudadanía por otro, la sociedad española no está quemada si no la acaban quemando los pirómanos. Madrid –al Madrid político me refiero– es a menudo la galería de los espejos que todo lo deforman, pero no el obligado reflejo o destilado de otras ciudades españolas. Hay un cordón de sensatez que lo aísla en sus maneras de reñidero cuando se pone estupendo. Al revés que el Procés catalán que ha enrarecido aquello que ha tocado (e incluso lo que no ha tocado) y tensó al país entero. Distintas pulsiones, me temo.

Pero volvamos al titular. La natural desconfianza mediterránea comete la bajeza de pensar, cuando se agrede a alguien, que ese alguien algo habrá hecho para que lo golpeen o insulten. No sé si eso viene de la conciencia del pecado original, o del descreimiento ya no sólo en la presunción de inocencia, sino en la inocencia misma. ‘¿Quién ha empezado?’ se preguntaba en los patios de colegio o en los cuartos de juegos de las familias como primer paso para restablecer el orden. Cuando una sociedad ya no sabe quién ha empezado el aire que respira es mefítico. ¿Hubo enfrentamiento entre ella y él? Sí lo hubo, pero ese titular es como echar mano de Gila: ‘alguien ha matado a alguien’. No. Él disparó primero con una mira telescópica que al enfocar a una marquesa ve, satisfecho, una guillotina y ella se defendió al contraataque. Pero además del Gran Estilo que acostumbra (más Westminster que Carrera de San Jerónimo) durante unos segundos ella bajó al barro –ahí se mueven mejor otros– y acabó manchada. Una cosa es la esgrima, sea con fino florete o sable rotundo, y otra las navajas, que carecen de reglas. Y lo que se pactó en la Transición ahí debe de quedar. Aún así, ninguna relación con el clima de la mayoría de calles de España.

Quizá ahora se esté aventando la necesidad de crear María Antonietas, pero después de Chantal Thomas y de Sofia Coppola el propósito nace muerto. Por mucho que el resentimiento, que nunca descansa, sea el combustible más incendiario y el Bajo Estilo de la provocación de asamblea –otra forma de adolescencia intelectual– se haya instalado en un sector del Parlamento.

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