Ver la luz al final de la alcantarilla
«¿En serio hemos llegado a este punto? ¿A un punto en que ni la verdad más sonrojante altera la realidad lo más mínimo?»
Creo recordar que fue en 2017 cuando Álex de la Iglesia estrenó su película El bar, tan buena como desagradable de ver. Imagínese que se va a tomar un pincho o un café al bar de buena mañana, junto con un puñado de parroquianos desconocidos, y de repente nadie puede salir. En plan El ángel exterminador de Buñuel, sólo que con menos misterio y más mala leche: si te asomas a la calle, te vuelan la cabeza. No me entretengo en el cómo ni en el por qué por no hacer más spoilers de los imprescindibles, en este caso el definitivo: al final algunos sobreviven, huyendo del bar por los bajos fondos. Por las alcantarillas.
Tremenda la escena aquella en que la guapa de la película, un primor de niña, tiene que encuerarse y además aceitarse a conciencia para que su cuerpo delicado se abra paso por unas cañerías tan inmundas como estrechas. Digo yo que habrá algo tremendamente morboso en ver una mujer hermosa llena de mierda. Lo noté por cómo contenían el aliento varios espectadores a mi alrededor.
Me he acordado mucho de esa película estos días que se ha vuelto a poner tan de moda hablar, qué digo hablar, pontificar todo el rato, de las famosas cloacas del Estado. De ese lodazal donde parece ser que ahora se hacen y se deshacen los adversarios políticos.
Les oyes hablar y parece que el tema sea de anteayer. Y para nada, oiga. Las cloacas del Estado se remontan en este país a Carrero Blanco como poco. Era él quien dirigía un servicio secreto, rudimentario pero secreto, teóricamente para no quitar ojo a los enemigos del régimen, en la práctica mucho más pendiente de las debilidades de los amigos. Pobre Caudillo, con razón se murió en la cama: seguro que del disgusto de ver cómo, en lugar de espiar comunistas, sus mortadelos se dedicaban a averiguar qué ministro o director de la Guardia Civil se acostaba con quién no debía.
Hubo de pasar cierto tiempo, bastante largo, hasta que los servicios secretos españoles adquirieran algo parecido a la profesionalidad. Dicen que fue Felipe González quien recién llegado a la Moncloa dio la orden de barrer con todos los micros ocultos. Y que le salían por todas partes, como cucarachas a motor. Lástima que también fuese ese el gobierno “de la cal viva”…
No lo digo yo. Lo dijo en sede parlamentaria el actual vicepresidente segundo del gobierno de España, don Pablo Iglesias Turrión, el mismo que ahora se rasga las vestiduras porque le llamen hijo de terrorista. Cosa muy sacada de quicio y de contexto, ya lo creo que sí. Casi tanto como llamar a todo el PSOE, en su cara, “gobierno de la cal viva”…
Pero estábamos con el apasionante tema de las cloacas del Estado, verdaderos acueductos subterráneos de donde ha salido de todo, por muchos años. Pedrojota Ramírez sostiene todavía a día de hoy que una noche sacó a pasear al perro y se encontró con el entonces biministro Belloch, quien le aseguró que el vicepresidente Narcís Serra había dado orden de coger al fugado Luis Roldán…pero no vivo. Si se lo preguntas a Margarita Robles, segunda y bien sufrida que fue de Belloch en Interior, ni se lo piensa: “No creo que Serra diese una orden así, pero que Belloch lo fuese contando…vamos, casi seguro”. Pobre mujer. Tan sensata y ponderada ella, y siempre en medio de estos machos alfalfa de la política.
En los últimos años hemos visto de todo: yernos del Rey (ahora un Rey mismo) arrastrados por el barro, cuentas suizas de unos y de otros al descubierto, vídeos de pomadas, etc, etc. Pero quizá lo más curioso que hemos visto, atención, ha sido a gente muy principal increíblemente enfadada, no porque las cloacas del Estado le calumniaran o difamaran, qué va…¡no tenían ni tienen empacho, algunos, en quejarse de que se haga público de ellos algo que es VERDAD!
¿En serio hemos llegado a este punto? ¿A un punto en que ni la verdad más sonrojante altera la realidad lo más mínimo? ¿Los escándalos se fabrican o se encuentran? ¿Son cloacas del Estado o son lupas de aumento?
¿Se acuerdan de que Jordi Pujol no dejó caer a Felipe González por el GAL, ni por la corrupción, ni por los pelotazos…sino por el escándalo de los papeles del Cesid? Quién sabe de lodos no perdona ni el primer polvo.