Las estatuas
«En Estados Unidos ahora andan persiguiendo estatuas de la Hispanidad, cuando durante mucho tiempo reclamar los símbolos de lo español fue la causa de una minoría oprimida. O les ha ido muy bien a los de la minoría en estos años, o ahora las tiran por otro motivo, o vaya a saber»
Llevamos unos días buscando gluten por los supermercados. No productos sin gluten, sino el gluten mismo. El gluten en sí y para sí. El mercado es el lugar donde la oferta y la demanda se encuentran, pero a veces se despistan un poco, y nos está costando. Así que tenemos un montón de gente, celíacos o no, huyendo del gluten como del demonio, mientras otros lo buscamos en vano por estantes y mostradores. Con el gluten se hace seitán, que es algo así como una carne ersatz para veganos. Ser vegano es una opción ética y también una forma de distinción social. Mi suegro, que no es vegano, está descubriendo de golpe el concepto de “creencias de lujo” haciendo la compra para otros que sí.
Hay formas casi infinitas de distinción social. Por ejemplo, leo que un chaval se ha tatuado la cara de Fernando Simón. La cosa tiene riesgo, como tatuarte el nombre de la novia, pero peor. Al fin al cabo, puede que sigas con la novia toda la vida, pero incluso los progresistas más acérrimos admiten que en algún momento podría cambiar el gobierno. Imagínate que a Simón le toca gestionar una pandemia con el PP en Moncloa. No sé, igual hasta hay que sacrificar un perro. Pues eso, que los chavales van como locos.
Lo de Simón, tatuaje o no, es una forma de idolatría ahora que lo que se lleva es la iconoclastia. La peña se compra camisetas y funkos como si colocase exvotos y figuritas de antepasados en un altar doméstico. Se hacen iconos de Simón, santo súbito, cuando aún tiene años por delante y lo mismo todavía se carga a otro perro; y se tiran estatuas de señores que llevan cuatro siglos criando malvas, que lo han dejado todo hecho y sobre los que se suponía que ya teníamos opinión formada. Hace sospechar que lo importante no sean pues las estatuas sino los que las tiran. Dice Luri que el bárbaro sólo tiene contemporáneos.
A mí hace unos años me pareció bien quitar algunas estatuas y símbolos confederados, como me parecía bien eliminar algunos vestigios de la Guerra civil y del franquismo. Igual estaba equivocado. Igual hasta tengo mi parte de culpa en esto, a saber. Ya nos contarán los columnistas de Vox. También nos hacía gracia en su momento ver cómo caían las estatuas de Lenin, Stalin o Sadam, a las que supongo que se les pueden aplicar muchos argumentos que manejamos ahora. Es muy complicao, como dice la canción de Sabina.
Por ejemplo, a mí me da una punzada pensar que se retiren esos cubos ciertamente ominosos que en muchos pueblos castellanos recuerdan a los caídos por Dios y por España. No veo el objeto de derruir la memoria, si de memoria se trata, de muchachos del pueblo arrojados a una guerra; ni creo que esos bloques de piedra gastada por los elementos permitan a estas alturas extender ningún juicio sobre la causa por la que murieron. Entiendo que esto aplicaría quizás a algunos monumentos de la Confederación, pero esos me pillan lejos. Qué se le va a hacer, cada día creo menos en reglas universales y envidio menos a los que tienen el vicio de hacerlas. Supongo que lo ideal sería discutir entre todos piedra a piedra, que es justo lo que no se va a hacer, porque es imposible y porque, aunque se pudiera, los guardianes de las causas justas no nos dejarían. Así que cada palo aguante su vela, o su estatua.
Al final acabaremos haciéndolo todo por joder, como esos falangistas que hace unos años juraron defender, a tiros si hacía falta, la estatua de Carrero en Santoña. ¡Falangistas a tiros por Carrero! En Estados Unidos ahora andan persiguiendo estatuas de la Hispanidad, cuando durante mucho tiempo reclamar los símbolos de lo español fue la causa de una minoría oprimida. O les ha ido muy bien a los de la minoría en estos años, o ahora las tiran por otro motivo, o vaya a saber. Siempre recuerdo el episodio de Los Soprano sobre el Día de Colón, que se cierra con un parlamento apasionado de Tony en el coche a la vuelta del casino indio. Un alegato racionalista, liberal: separemos las emociones privadas de la esfera pública. Pero también conservador y sombrío: acaso eso solo sea posible con un tipo muy particular de hombres y mujeres. Claro, si todos fuéramos Gary Cooper –the strong, silent type- otro gallo nos cantase.
A lo mejor todavía estamos a tiempo las derechas y los derechos de ponernos de acuerdo en torno a eso. Respecto a lo de las estatuas, va para un siglo que lo dejó dicho Walter Benjamin en una línea; pero en algo hay que echar el rato