El ministro filósofo
«El ministro Salvador Illa ha alabado uno por uno a sus adversarios políticos, detallando aquella virtud concreta de su oponente»
Tuve la suerte de asistir en primera fila a la presentación del último libro de Siri Hustvedt en Madrid, en Espacio Fundación Teléfonica. Al final de la charla, una de las participantes le preguntó qué podía hacer cuando algunos hombres le insultaban por decir que era feminista, es decir, por querer defender la igualdad entre hombre y mujeres. La respuesta de Hustvedt fue imbatible: “El diálogo es importante. Debemos abrir puertas, en vez de cerrarlas. Así que interroga a la otra persona, pregúntale por qué siente eso, por qué le molesta tu sentimiento de que los hombres y las mujeres sean iguales. Dile que desarrolle esa idea contigo. En realidad, funciona. La gente espera que te enfades con ellos, que te sientas intimidada y si no reaccionas así, se puede conseguir mucho”.
Me he acordado de Hustvedt esta semana al escuchar al ministro Salvador Illa en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados alabando uno por uno a sus adversarios políticos, detallando aquella virtud concreta de su oponente que ha contribuido a que él sea un político mejor, un ser humano mejor. Conmovía ver el rostro de algunos esos oponentes porque se nota que les pilló desprevenidos, que no saben acostumbrarse a la honestidad o a la bondad en una plaza pública que se ha convertido en un circo romano en el que unos y otros jalean los despedazamientos mutuos. “Yo no sé si esto es muy habitual. Espero no causarles ningún problema”, afirmaba Illa antes de empezar a soltar una ristra de elogios que inauguró, nada más y nada menos, que con el representante de VOX, Juan Luis Steegmann Olmedillas: «El médico que lleva usted dentro me ha enseñado cosas y se lo quiero agradecer», le ha dicho así, a bocajarro. ¿Meter en problemas a otro por alabar su actitud? Lamentablemente en los vídeos apenas podemos ver el rostro de reacción de Steegman pero sí el de Gamarra (PP), Gorospe (PNV), Guillermo López (C’s), Rafa Mayoral (Unidas Podemos). Todos mostraban un semblante entre sorprendido y acongojado, como diciendo: ¿Y ahora qué le digo yo?.
Me he dado cuenta de que sólo la educación y la bondad desarman. No es difícil ser elegante sin demasiadas imposturas, tener razón aunque te hayas equivocado muchas veces, apostar por un liderazgo tranquilo que huya de la testosterona. “Los sentimientos los sé guardar para mí y los sé expresar cuando los tengo que expresar sin hacer, insisto, espectáculos públicos», dijo en otra ocasión cuando desde la oposición le instaron a mencionar y pedir perdón a las víctimas de los fallecidos. Es un buen lema para la vida profesional de un político: expresar los sentimientos en el momento preciso.
En su libro Estados nerviosos. Cómo las emociones se han adueñado de la sociedad, publicado por la editorial Sexto Piso, el sociólogo y economista William Davies, director del Centro de Investigación de Economía Política de Goldsmiths de la Universidad de Londres, decía que el lenguaje del peligro, las amenazas, la violencia y el daño eran más efectivos que los tipos de mensajes basados en hechos: “Al vivir en una época en la que ya no distinguimos fácilmente los asuntos de nuestras mentes de los de nuestros cuerpos, la pregunta de qué cuenta como ‘violencia’ y como ‘dolor’ ya no se responde con claridad”. De modo que el debate y la discusión están adquiriendo cualidades de combate y guerra en los lugares que debiera brillar el diálogo. Al final, tal vez, no era tan mala idea que un filósofo fuera ministro de Sanidad.