MyTO

Lo facha empieza en los Pirineos

«Tanta es la decadencia del villorrio que, en las elecciones municipales del pasado domingo, el candidato del partido ultraderechista de Marine Le Pen se hizo con la alcaldía»

Opinión

RAYMOND ROIG | AFP

  • Badalona, 1976. Licenciado en Periodismo y Filología Hispánica. Ha trabajado en radio, medios escritos y agencias de comunicación. Ejerció la crítica cinematográfica en la revista especializada Dirigido Por durante más de una década y ha participado en varios volúmenes colectivos sobre cine. Ha publicado en El Mundo, La Vanguardia, Letras Libres, Revista de Libros, Factual, entre otros medios. Es autor de los libros Amores cinéfagos (Jot Down Books, 2023) y Viajando con ciutadans (Editorial Tentadero 2007/Editorial Triacastela 2015).

Antes de que Puigdemont la pusiera de moda con su megaespectáculo de predicador tronado y atorrante al más puro estilo de los fundamentalistas cristianos yanquis, Perpiñán era el nombre de la simpática localidad francesa en la que nuestros padres buscaban la libertad sin ira viendo en pase continuo el apolillado Último tango en París con su mítica mantequilla a modo de lúbrico lubricante furtivo. Eran tiempos duros e inhóspitos en los que el aceite de oliva todavía se consideraba sinónimo de fritanga y cualquier extravagancia vanguardista que viniera avalada por la intelligentsia del país vecino era abrazada con alborozo y fervor provinciano. Ese catetismo ingenuo, simpático y levemente sicalíptico marcó una época menos triunfal que patética y puso los cimientos de un género cinematográfico de cuño español conocido como destape por su inclinación a las picardías ligeras de ropa. Lo verde empieza en los Pirineos, de Vicente Escrivá, es considerada uno de los títulos seminales de ese género tan autóctono como el esperpento o la astracanada. La historia no es otra que la de un Resacón en las Vegas pero sin chino y con los grandes José Luis López Vázquez, José Sacristán y Rafael Alonso buscando carne tersa que llevarse a los ojos y la boca en la libertina Francia durante los últimos años del plúmbeo plomo franquista.

Mucho ha llovido desde aquellos tangos cardiacos y Perpiñán sólo es una evocación fantástica en programas nostálgicos de la televisión dominguera u otra tierra por reconquistar en la febril ensoñación nacionalista catalana. Tanta es la decadencia del villorrio que, en las elecciones municipales del pasado domingo, el candidato del partido ultraderechista de Marine Le Pen se hizo con la alcaldía. Como no hay mal que cien años dure, tal vez tan infausta noticia sea también el preludio del resurgimiento de Perpiñán como oscuro objeto de deseo español. Aún le saldrá competencia a Puigdemont si la muchachada de Vox le da por organizar patrióticas excursiones a la ciudad para preguntarles a sus autoridades cómo hicieron.