La vida matizada
«Una sociedad dispuesta a asumir la complejidad de las cosas está mejor vacunada contra los redentores»
La salud democrática de una sociedad es proporcional a la atención que presta a los matices. Y desde hace demasiado tiempo los políticos han abandonado una de sus más nobles tareas: graduar la realidad para que la sociedad pueda apreciarla en toda su complejidad. Una sociedad sin matices sólo puede estar sometida o polarizada. Las últimas semanas han proporcionado muchos ejemplos de cómo la convivencia se resiente cuando se ignoran los detalles.
En Estados Unidos es difícil leer discursos matizados sobre la cuestión racial. Los medios, cargados de buena voluntad, incurren a menudo en una falacia conocida como «afirmación del consecuente» que tiene la siguiente forma: la discriminación produce violencia, luego si existe violencia estará motivada por la discriminación. En España tropezamos a menudo en la misma falacia cuando discutimos sobre la violencia contra las mujeres. La semana pasada, sin ir más lejos, se aprobó en el Congreso una proposición no de ley para combatir el negacionismo de la violencia de género. El texto apunta contra quienes «niegan la existencia de una violencia específica que se produce contra las mujeres por el hecho de ser mujeres». Esta iniciativa, por bienintencionada que sea, no asegura que una cuestión de tan vital importancia sea tratada con la complejidad que merece. El machismo explica sin duda determinadas agresiones contras las mujeres, pero no todas. Y es importante que se puedan introducir matices sobre las causas de la violencia sin ser acusado de negarla. De lo contrario, estaríamos favoreciendo un proceso artificial de homogeneización ideológica, un ecosistema social donde nadie se atrevería discrepar.
Lo hemos visto también con el derribo de estatuas. Los manifestantes que vandalizaron la estatua de Churchill no tienen un problema con el pasado, sino con la complejidad. Juzgar a Churchill por su racismo denota una importante falta de perspectiva: se puede ser al tiempo un racista y un personaje imprescindible en la derrota del nazismo. Toda democracia necesita una educación en la complejidad. Esto no quiere decir que no haya que retirar ninguna estatua; en nuestras ciudades hay sin duda homenajes públicos poco justificados. Lo importante es el procedimiento; en una democracia que respeta los mecanismos de toma de decisiones, ninguna estatua debe caer a palos.
En su reciente Nostalgia del soberano, Manuel Arias Maldonado defiende un modelo de ciudadanía escéptico, descreído de la omnipotencia que por error y sesgo teológico se le presupone a la política. Por desgracia, nuestros gobernantes no tienen nada que ganar educando en el matiz o en las limitaciones de la política; la simplificación garantiza lealtades más sólidas. Es una pena, porque una sociedad dispuesta a asumir la complejidad de las cosas está mejor vacunada contra los redentores. Así que cuídense, porque esa es una inmunidad de grupo que estamos lejos de alcanzar.