Ser padres
«La paternidad consiste en volver a aprender para terminar sabiendo algo más que al principio»
Uno de los privilegios de la paternidad es retornar, aunque sea de forma momentánea, al paraíso perdido de la infancia. Es el gozo del amor que se refleja en la vida incipiente, aún no herida por las garras de la experiencia, el cinismo, la traición o por los sinsabores inevitables del fracaso y el engaño. Hay algo hermoso ahí que a uno le gustaría preservar para siempre, dejarlo intacto como la vislumbre de una tierra más noble, pero sabiendo que sólo puede ser transmitida y que quizás la eternidad no consista en nada más que en eso: en comunicar la sencillez cotidiana del amor, permanecer fieles a su alegría y a su esperanza.
Volver a leer con tus hijos los libros que un día fueron tuyos y volver a ver con sus ojos aquello que tú también viste hace tanto tiempo: las aventuras de Salgari y de Stevenson, el corazón noble de Tom Sawyer, la orfandad de Oliver Twist, la risa inocente de Jennings; repetir el nombre de los dioses griegos con el mismo asombro con que tú lo hacías. El privilegio de la paternidad es volver a habitar una casa que ya habitaste, junto a unos huéspedes nuevos, con sus pinturas en las paredes, sus muebles y sus paisajes, el olor a salitre del mar, los viejos mitos que renacen en sus almas –la fascinación por el Sherlock Holmes televisivo de Jeremy Brett, por ejemplo– y que uno había olvidado; las severas tardes estivales de lectura, mientras suena Wagner de fondo en Radio Clásica –esa bendición civilizada– como cada agosto. Y regresar de nuevo a la cala de tus padres –que ya fue la de sus abuelos–, rocosa y transparente, de aguas frías y cristalinas; y dejarles bucear allí, como quien descubre el mismo territorio virgen una y otra vez.
El verano es la estación del primer amor y del descubrimiento de la vida adulta; pero algo hay de cierto también en pensar que es el tiempo de la paternidad, cuando lejos del agobio escolar y de la dictadura del trabajo, las familias recuperan ese dialecto conservador que es la memoria compartida de viajar juntos, leer juntos, jugar juntos, cansarse juntos, cocinar juntos, ir a las clarisas a comprar helados, invitar amigos a casa, confiar secretos, enfadarse y a continuación perdonarse. La paternidad consiste en volver a aprender para terminar sabiendo algo más que al principio. La paternidad, sobre todo, consiste en recordar que venimos de un lugar bueno –el amor de nuestros padres– y que esa bondad primera, como un abono, añade esperanza a nuestra vida y nos hace capaces de soñar un futuro mejor, más grande y generoso, más bello y fecundo. Porque el paraíso, en efecto, es una fidelidad a lo excelso, un meticuloso libro de cuentas de los días felices que entregas a los demás como tu ofrenda más preciada. A pesar de nuestras sombras y de nuestros malos humores. A pesar de nuestros miedos.