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Juan Mas

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«El presidente de la dignidad seguirá interponiendo muros de plasma, niveles de mando y filtros entre su persona y la rendición de cuentas»

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Luca Piergiovanni

Me gustaría calificar la ausencia de Sánchez del funeral de la Almudena sin caer en el exceso retórico. No porque me preocupe templar el debate, ahora que según parece hay que naturalizar el insulto. Sino por ahorrar asombro y adjetivos para un mañana que este Gobierno nos ha enseñado a esperar siempre aún más prodigioso que el presente.
Diremos entonces, por resaltar algo relativamente luminoso del episodio, que denota un conocimiento íntimo y profundo del votante español. A Pedro Sánchez le vale madre faltar a las primeras exequias por los muertos del coronavirus. O que se pueda decir que desprecia la memoria de cuarenta mil ciudadanos. Cuarenta mil, si hablamos de muertes, es una magnitud precolombina. Pero es indiferente: porque bien sabe que, para el votante, lo es. Porque es sólo eso. Una cifra. El código fuente de la realidad sensible. Y es esta realidad inmediata, hecha de sensación e imagen, la única que importa al hombre votante y sintiente. Y, por lo tanto, la única relevante en la estrategia de Sánchez.

Fue el temor a esta realidad sensible lo que impidió a Su Persona materializarse en la explanada de la Almudena, como era su deber. No una comida programada a última hora. Ni las absurdas razones de laicidad que algunos sanchistas alegaron con timidez, sabiendo que no resistían ni un envite. No. Huía de lo que lleva huyendo desde el comienzo de la pandemia. De los ataúdes. De los rostros bañados en lágrimas. De las posibles, y comprensibles, increpaciones. De la dignidad devastada de los familiares, confrontada al cálculo mezquino de sus gobernantes. Huía, en fin, de Pilar Manjón.
Yo no esperaría otra cosa, en los próximos meses, que una prolongación de esta huída. Será, como coreografía, un espectáculo de comunicación política digno de ver: cada paso indicado con tiza en el parqué, como en clases de baile de salón. El presidente de la dignidad seguirá interponiendo muros de plasma, niveles de mando y filtros entre su persona y la rendición de cuentas. Seguirá ocultándose tras ataques a unas autoridades autonómicas que—lejos de haber actuado impecablemente—no tenían la encomienda legal, ni los recursos, para prever la pandemia.
Esta ceremonia de la ocultación es denigrante para todos, como sociedad. Decía Chicho Ibáñez Serrador que el secreto del éxito en la tele era hacer contenidos pensando en un espectador de catorce años como mucho; yo creo que Iván Redondo aplica la máxima de forma magistral. Pero me gustaría sorprenderle, por una vez, y demostrarle que el español hace aflorar un poso profundo de adultez cuando las cosas se ponen serias. Que comprende la urgencia ética de impedir que, tras las cifras, se desdibujen los rostros. Que las camisetas del fucking master Simón frivolizan con el pánico de quienes se sintieron agonizar en una caja negra, detrás de un telón, desde donde no pudieran erosionar la demoscopia. Que no olvidará, entre chiringuitos playeros, el Palacio de Hielo. Que no permitirá que este Gobierno le escamotee la dignidad de sus mayores tras una cortina de unos y ceros.
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