Escucho discurrir el tiempo
«Según Rovelli, el mundo no es un conjunto de cosas, sino un conjunto de eventos. Pero, ¿qué mundo es este sin apenas eventos?»
Quizás el mayor misterio sea el tiempo.
Así comienza su libro El orden del tiempo Carlo Rovelli, el físico y teórico italiano que es uno de los fundadores de la “gravedad cuántica en bucles”, una teoría que defiende que el cerebro es, ante todo una máquina del tiempo que solo sirve para contar historias y ordenar nuestros recuerdos.
Rovelli explica que, por ejemplo, el tiempo transcurre más deprisa en la montaña y más despacio en el llano. Dicho de otra manera: «el reloj que está en el suelo va un pelín más lento que el que está en la mesa». Así que abajo hay menos tiempo que arriba. «Si por ‘tiempo’ entendemos únicamente el acontecer, entonces todo es tiempo: solo existe lo que es en el tiempo», viene a decirnos.
Pienso en el tiempo que transcurre lento como un caracol en este 2020 que todos queremos que pase deprisa, como si en el año siguiente nada fuera a sucedernos. Vivimos este verano como una pausa, como un paréntesis, como una tregua que se nos ha dado antes de que vuelva el frío y el miedo. La incertidumbre. Pero, ¿qué pasa con el mundo sin tiempo que experimentamos ahora, con la repetición de rutinas y temores, con la precipitación? Según Rovelli, el mundo no es un conjunto de cosas, sino un conjunto de eventos. Pero, ¿qué mundo es este sin apenas eventos?
No siempre nos hemos medido en tiempo, no siempre han existido los relojes. Es cierto que en el mundo antiguo había relojes de sol y de arena o agua pero no servían para que lo hoy sirven. Solo a partir del siglo XIII, con la construcción de las iglesias, los campanarios comenzaron a alojar relojes que marcaban el tiempo de pueblos y ciudades concretas. Tiempos colectivos, por tanto. Pero, ¿cuál es nuestro tiempo hoy? ¿Cómo nos medimos? Sin duda, todo tiende hacia la instantaneidad. Se ha instaurado una nueva corriente llamada ‘aceleracionismo’ que aumenta exponencialmente la velocidad de las cosas gracias a la digitalización.