Marea baja
«Pablo Iglesias ya está ahí, sentado en la mesa en la que se juega el poder, a punto de romper la baraja»
Podemos se creó con un discurso (con perdón) nacional. PSOE y PP habían gestionado tímidos ajustes económicos. Podemos los interpretó como un ataque contra la sociedad española operada por Bruselas con la complicidad de las élites españolas, y el necesario apoyo del “bipartidismo”. Una casta que observaba con temor la llegada de una formación dispuesta a dar contenido a la democracia. La gente, en definitiva, no quiere esos recortes. Podemos, un partido creado por unos cuantos profesores sin encaje en la casta, será el vehículo de los descontentos, de los que ven cómo, incluso votando al PSOE, ven recortados sus “derechos”.
Las elecciones locales y regionales de 2015 eran un reto para Pablo Iglesias y su banda; el discurso que les convertía en el primer partido político de España en las encuestas no servía para gobernar comunidades autónomas y ayuntamientos. Daba igual; entonces el viento soplaba fuerte a su favor. La temprana vocación de sus líderes por medrar, su tolerancia hacia la corrupción propia, rebajó sus apoyos para cuando llegaron las elecciones nacionales, para las que en verdad habían nacido.
Era una cuestión estratégica: para degradar las instituciones, echar abajo el sistema constitucional e introducir una ‘Democracia del siglo XXI’, era necesario estar en el gobierno. Pablo Iglesias ya está ahí, sentado en la mesa en la que se juega el poder, a punto de romper la baraja.
El camino hasta La Moncloa ha sido fielmente leninista: un liderazgo indiscutible lo decide todo. En Vistalegre 2015 ensayaron para el partido lo que quieren en el gobierno español: una democracia especiosa, aparente, en la que lo único que cuenta es la voluntad del líder. Sus círculos dan vueltas (¡revoluciones!) a gran velocidad; son como una centrifugadora: quien no está cerca del líder sale despedido.
El partido es una farsa. Su función es la de acompañar al líder, a Pablo Iglesias. Y en las elecciones locales y regionales, donde su liderazgo es menos importante, el voto a Podemos ha perdido gran parte de su atractivo. Como dice Carolina Bescansa, una de las sacrificadas por el Lenin español, «Iglesias ha sacrificado el apoyo electoral por poder». Desde Podemos han debido de hacer el mismo análisis, porque lo que se está proponiendo ahora es reforzar las estructuras del partido en cada región. Es inútil; todo queda supeditado a los intereses del momento de Iglesias, y eso no cambia. Ese voto, ya en 2019 y más ahora en Galicia y el País Vasco se ha ido a otras opciones.
Ahora Iglesias no puede echarse atrás; no puede abandonar el poder y confiar en que volverá a él con igual o mayor fuerza. Ha bajado la marea. La paradoja es que el Gobierno aplicará los recortes ordenados desde Bruselas que hace seis años dieron sentido a la formación. Y esa contradicción no la puede cabalgar ni Pablo Iglesias, melena al viento.