De la vida al plato: una serie gastronómica para salivar y emocionarse
«Si el modelo de colegas bien avenidos funciona para el documental gastro, no es menos verdad que buena parte de su atractivo radica en el trasfondo aventurero del argumento»
¡Cómo envidio a Juan Echanove! Durante los meses previos al confinamiento, ha visitado algunos de los restaurantes más venerados de España, acompañado de un equipo de rodaje, comiendo, dejándose mimar por los chefs, charlando con ellos y descubriendo para nosotros la cara oculta de estos indiscutibles templos de la gastronomía patria. El resultado es una serie documental, titulada De la vida al plato, que hoy se estrena en Cuatro.
“Todos los restaurantes tienen un menú, pero no todos tienen una historia”, anuncia el spot promocional de esta primera colaboración en el terreno gourmet entre Mediaset y Amazon Prime Video, que desde el pasado viernes pueden ver íntegra aquí los abonados de 240 países de la citada plataforma de streaming. Como, además de glotón inveterado, soy de naturaleza curiosa y hay bastante gente a la que admiro implicada en la aventura, me he pegado estos días un atracón de pantalla para contarles a qué saben sus 8 episodios.
Imágenes áreas del paisaje celtíbero, planos robados de la intimidad familiar de los cocineros protagonistas, la voz de Echanove poniéndonos en situación como si estuviera en Almagro recitando un monologo de Calderón… No hemos entrado aún en El Celler de Can Roca y ya estamos salivando.
Así de suculenta es esta serie que pasó casi desapercibida, el pasado mes de febrero, cuando los dos gigantes mediáticos presentaron en un plató madrileño su alianza para producir y emitir –como explicaron los directores de contenidos de ambas empresas, Manuel Villanueva y Ricardo Carbonero– “historias cercanas que puedan suceder en cualquier rincón del país”. Junto a cuatro proyectos de ficción, que tendrán sin duda mayor presupuesto y tirón de audiencia, Mediaset y Amazon se han permitido también apostar por un par de docu-series como La familia del baloncesto español y De la vida al plato. Relatos de superación personal y profesional, con un innegable trasfondo emotivo y esa pizca de morbo que da siempre a nuestros televidentes el inesperado éxito planetario.
“Detrás de la alta cocina y de estos negocios, hay familias que tienen una historia que contar y que muchas veces nos conmueve porque nos damos cuenta de que esa excelencia ha requerido, por su parte, dejar muchas cosas en el camino”, ha declarado el actor-presentador. “El hecho de que un cocinero te hable, por ejemplo, de cómo ha aprendido de su abuela, o lo que pasaron cuando tuvieron que cerrar en algún momento o cuando se murió el padre de alguno de ellos… situaciones que tienen que ver con el negocio y también con lo afectivo. El programa habla mucho de la cocina emocional“.
Bendito, Juan. Con esa empatía proverbial y esas ganas de vivir (y disfrutar) que transmite desde los inicios de su carrera actoral, convierte en algo más digno y cercano casi todo lo que toca en cine o en teatro. En la pequeña pantalla, ya le habíamos visto ejercer de gastrónomo viajero, junto a su compañero de tantos rodajes Imanol Arias, en Un país para comérselo, serie de TVE que se extendió hasta cuatro temporadas con otros protagonistas como Ana Duato o Tonino.
La pareja Echanove-Arias recordaba, en cierta manera, a esos buddy-films hollywoodienses concebidos para ensalzar la camaradería masculina, con un trasfondo de road-movie tragaldabas por carreteras secundarias de la península. Un relato paisajístico digno de Unamuno o Baroja, si alguna vez hubieran fantaseado con hacer televisión.
Los dúos –no forzosamente varoniles– en las teleseries culinarias rodadas en exteriores se han convertido en un caballo ganador casi desde los tiempos de Two Fat Ladies, aquel producto de la BBC en el que dos rotundas señoras británicas, las estupendas Clarissa Dickson Wright y Jennifer Paterson, recorrían el Reino Unido parando en cada fonda cual Pickwick dickensiano, protagonizando lances costumbristas de toda clase. El éxito duró 4 temporadas, entre 1996 y 1999, hasta que un inesperado cáncer se llevó a Paterson en un abrir y cerrar la boca. Dickson, que le llevaba una lata de caviar al hospital el día que su amiga falleció, se quedó compuesta y teniendo que comerse ella sola las dichosas huevas de esturión en homenaje a la compinche que se fue antes de tiempo.
Casi al mismo nivel de gamberra complicidad, humor inglés y disfrute estomacal, sólo se me ocurre The Trip, la sitcom con la que el polifacético Michael Winterbottom quiso prolongar, entre 2010 y 2014, la química un tanto surrealista que había detectado entre los actores Steve Coogan y Rob Brydon durante la filmación de Tristram Shandy: A Cock and Bull Story (2005), su particular ejercicio de meta-ficción en torno a la novela dieciochesca de Laurence Sterne. Reclutó en cuanto pudo a los dos intérpretes y se los llevó durante 4 temporadas a recorrer mesones de Gran Bretaña, España o Grecia, financiado por la BBC. ¡Los tres debieron de pasarlo en grande!
Si el modelo de colegas bien avenidos funciona para el documental gastro, no es menos verdad que buena parte de su atractivo radica en el trasfondo aventurero del argumento. En las dos últimas décadas, las cadenas televisivas y las plataformas digitales han descubierto un filón en la temática culinaria –sólo en Netflix hay más de 20 series para foodies actualmente en cartel–, pero hace tiempo que los programas de recetas con celebrity chefs en el ambiente cerrado (y barato) de un estudio quedaron relegados al público matinal.
Aunque hay notables excepciones a la norma viajera, como Chef’s Table (2015, 6 temporadas), The Mind of a Chef (2016, 5 temporadas) o los dos bombazos de David Chang, Breakfast, Lunch & Dinner (2019, 1 temporada) y Ugly Delicious (2020, 2 temporadas), no se puede discutir el enorme tirón de los road trips de Jamie Oliver por Italia, Australia o América. Ni mucho menos el de No Reservations del llorado Anthony Bourdain, que entre 2005 y 2012 llegó a registrar 105 episodios alrededor del mundo; así como su continuación natural, Parts Unknow, que el neoyorquino estaba rondando en Francia cuando se suicidó. Por no hablar de docu-series gastronómicas viajeras sin conductor como Barbecue (2017), Streetfood (2019) –¡qué talento tiene David Gelb!– o Las crónicas del taco (2019).
Atención, porque no es oro todo lo que reluce y la prueba de ello es que los proyectos fallidos rara vez pasan de la primera temporada por falta de share. Si las productoras han terminado por avalar experimentos tan excéntricos como Colocados en la cocina (2018) o Cocina con cannabis (2020), créanme que los espectadores iniciados no comulgan con ruedas de molino, como quedó patente en el insoportable Spain… on the road again (2008) donde Mario Batali y Gwyneth Paltrow exploraban sin el menor feeling las cocinas de la piel de toro durante 13 episodios. Lo cual demuestra que los aficionados a la gastronomía, aunque parezca lo contrario, no tragamos cualquier cosa.
Volviendo a De la vida al plato, tras el inicio en la Girona de los hermanos Roca, esta primera temporada –esperemos que haya más– recorre los comedores y cocinas de El Corral de la Morería (Madrid), Lera (Castroverde de Campos), Noor (Córdoba), Etxebarri (Atxondo), Casa Solla (Poio), Echaurren (Ezcaray) y Ricard Camarena (Valencia), siempre con Echanove como introductor, al que se unen en cada episodio distintos invitados para aportar su testimonio sobre el anecdotario secreto de dichos locales, destacando la participación en todos ellos del coordinador de guiones Alberto Fernández Bombín.
“Queríamos que estuviesen representadas las diferentes peculiaridades de la cocina española y también diversos tipos de establecimientos, desde establecimientos familiares muy valorados pero menos conocidos, hasta restaurantes con estrellas Michelin”, explica este mesonero ilustrado metido a comentarista gastronómico de Es Radio y El programa de Ana Rosa. “Además de narrar la historia del restaurante y su importancia dentro de la gastronomía española e internacional, contamos también las de sus chefs, ya que detrás de cada restaurante hay un enorme esfuerzo… Te encuentras a gente muy apasionada de su trabajo, que trabaja un montón de horas con dedicación absoluta. Son personas cuya vida es el restaurante y todo circula en torno a él. El restaurante determina la forma en la que viven, tanto ellos como sus familias”.
Del mismo modo que es justo destacar el trabajo de producción, realización y montaje de la serie –enhorabuena a Xevi Aranda y su equipo–, que recuerda muy positivamente el estilo del francés Paul Lacoste en su colección de 8 DVDs L’invention de la cuisine, probablemente este proyecto no habría sido el mismo sin la participación de Fernández Bombín. Aunque seamos amigos desde hace media vida, no crean que exagero al afirmar que el autor del libro gastronómico del año Madrid Gastro: la Nueva Movida (Abalon Books) resulta una pieza clave en este cóctel de emociones gracias a sus precisas explicaciones sobre la trayectoria y personalidad de cada negocio, que ayudan al espectador neófito a quedarse con lo esencial en medio de tanto intimismo confesional y tanta disección de platos digna del Larousse Gastronomique.
En mis sueños, he imaginado alguna vez que Alberto y yo –y acaso Sacha Hormaechea, con quien nos unen tantas peripecias– protagonizábamos una buddy-road-sitcom de temática tabernaria, espíritu trotamundos y estética canalla, acaso dirigida por Kevin Smith etapa Clerks (¡es mi sueño e imagino lo que me da la gana!) para alguna distribuidora indie que quiera hacerse un hueco en internet. No sería sofisticada ni costosa, sino más bien cutre-cómico-lúdico-lisérgica, parecida a lo que hacían los descacharrantes Cheech y Chong en los 70, pero cambiando tripis y canutos de tres papeles por Jerez, burbujas, humoradas y un menú degustación largo y cateto. No sé si ahora, que apunta a estrella, podré enrolarle…