Estómagos agradecidos
«¿Los más de 40.000 muertos por el virus, las semanas encerrados en casa, los hospitales desbordados por la falta de previsión, también aplaudían eso?»
Hasta en la última semana hábil antes del parón estival que, por fin, nos dejará descansar de la retórica vacía y machacona de los políticos, sus señorías se empeñaron en seguir dándonos razones para sonrojarnos. Aún queda otra mañana de agitación en el Congreso, pues Sánchez debe explicar este miércoles ante la Cámara los acuerdos de la cumbre europea que acordó el reparto del fondo para rescatar las cuentas de los países más afectados por la crisis del coronavirus, pero será difícil que superen el bochornoso espectáculo de la semana pasada. Por los pasillos de la Cámara Baja resuena todavía el eco de unos aplausos que confirmaron la infantilización y mediocridad de esta banda de «agradaores», como les describió Ignacio Camacho en ABC: «Se trata de señalarle al público, a la audiencia de la televisión, las frases culminantes del líder, como esas risas enlatadas de las series norteamericanas que subrayan los presuntos chistes para indicar a un espectador infantilizado cuándo debe reírse».
Hagamos memoria, que es lo único que nos queda para resistir a la intoxicación que fabrican en las salas de máquinas de los grandes partidos. Pedro Sánchez acudió al Consejo Europeo del viernes 17 de julio con la misión de conseguir un acuerdo que permitiera a España levantar la brutal caída económica sin endeudarse más de la cuenta. En Bruselas se quedó, con esa actitud de «escucha activa» de la que presumen quienes no tienen nada que decir, y no volvió a hablar hasta la mañana del martes. El belga Charles Michel había conseguido arrancar a los países ricos un acuerdo como el que buscaban España o Italia, y el presidente Sánchez enseguida presumió de ello. Siguiendo el guión que le habían escrito, dijo aquello de que era un pacto satisfactorio en un 95 por ciento para España y un cien por cien para el conjunto de la UE y se volvió a La Moncloa, donde sus ministros lo recibieron entre aplausos. Aplaudió Nadia Calviño, que cada vez que ve a Iglesias debe de pensar en esos votos que le faltaron para presidir el Eurogrupo. Aplaudió Iglesias, por supuesto: con este fondo habrá Presupuestos, y con ellos dos añitos más oliendo poder. ¿Los más de 40.000 muertos por el virus, las semanas encerrados en casa, los hospitales desbordados por la falta de previsión, también aplaudían eso?
Ese mal sueño es mejor enterrarlo entre aplausos y bien que los recibió Sánchez al día siguiente en el Congreso. ¡Cómo no iban a unirse a ellos Lastra y Simancas! A su jefe le brillaba la cara y volvió a presumir de un resultado extraordinario. Casado, desde el escaño del líder de la oposición, le dijo que sí, que el acuerdo era bueno porque lo habían conseguido tres mujeres del PP: Merkel, Von der Leyen y Lagarde; le dijo que no, que el acuerdo era malo porque en realidad se trataba de un programa de rescate en toda regla; y otra vez dijo que sí, que el acuerdo era bueno porque suponía una enmienda al programa de Gobierno con Podemos. «¡Muy bien!», se oyó en la bancada popular, y todos se pusieron en pie para dedicarle un largo aplauso a su jefe de filas. Tanto duró que Casado, ruborizado, hubo de pedirles que dejaran de hacerlo. Sánchez ironizó con que no sabía que Casado era el padre de la UE, repitió aquello del 95 por ciento y atribuyó al PP una aportación del cero por ciento. El Diario de Sesiones recoge los «prolongados aplausos de las señoras y los señores diputados del Grupo Parlamentario Socialista, puestos en pie». Así se escribe la historia de la XIV legislatura, una promoción de políticos torpes, incapaces y pueriles, pero con un estómago muy agradecido.