Adiós al cine
«Ya nunca más la prensa podrá certificar la defunción de la era dorada de Hollywood»
Por fin el titular se ha ajustado a la realidad: Olivia de Havilland era la última estrella del Hollywood clásico. Con su muerte, aquella «fábrica de sueños» de la que habló Ilya Ehrenburg -Ford fabrica automóviles. Gillette, cuchillas de afeitar. La Paramount fabrica sueños. El cine es el producto del nuevo siglo. Su espíritu radica en la velocidad”- pasa a formar parte de una mitología dorada cuyo reino ya es la memoria del siglo pasado. Paradójicamente muchos descubrimos y nos quedamos colgados de aquel cine gracias a la televisión y al vídeo. Fueron, de alguna forma, los últimos estertores de un arte popular que gozó de más de cien años de vida estupenda. Fue universal, interracial, interclasista, transversal, transgeneracional e incluso transexual. Ni el Rock’n’Roll pudo tanto. De hecho, grandes Rock’n’Roll Stars -Elvis, The Beatles, Dylan, Bowie, Richards o Jagger- pasaron por el cine. Incluso sabemos de la rendida cinefilia de dictadores perturbados y perturbadores, como Stalin, Hitler, Mussolini o Franco.
Nos deja Olivia y se nos muere un mundo que no era nuestro pero que habíamos adoptado como propio, como parte de una educación sentimental anacrónica. Es nombrar a Olivia de Havilland y atronar en el recuerdo la carcajada pendenciera de Errol Flynn en un bosque de Sherwood en Technicolor; aunque puede que la primera vez que vimos su nombre en pantalla fuera en Murieron con las botas puestas, de Raoul Walsh, o en Lo que el viento se llevó (qué buena era de Havilland haciendo de buena en el buen sentido de la palabra buena, pues nada se le escapaba y a Scarlett la tenía caladísima).
Ya nunca más la prensa podrá certificar la defunción de la era dorada de Hollywood. Pasaron igualmente las edades de plata y de bronce, y vivimos instalados en la de hojalata, con sus pirotecnias, piruetas y mandobles de soporíferos superhéroes. Las buenas historias ya no necesitan el cine para ser contadas, pero algunos todavía necesitamos que nos cuenten buenas historias. Así que la narrativa audiovisual del siglo XXI podrá prescindir del ritual mágico de la sala de cine, mas en ningún caso de la ficción que testimonia, por ejemplo, la mezcla de arrogancia bravucona y chapuza táctica que mandó cargar a la brigada ligera.