Una botellada (en castellà, “un botellón”)
«A Torra le guía la ligera sospecha de que ante una crisis real la hechicería no surte efecto»
El presidente Torra ha apelado al deber cívico (histórico), a los 10 días que habrán de estremecernos, a los datos y a los análisis (en el intento de conjurar los temores sin fundamento), al respeto para con la salud del conjunto de la sociedad, de la “experteza” y los protocolos médicos, a una nueva y gran solidaridad, a un nuevo y gran esfuerzo colectivo, a la participación ciudadana, a la epidemiología, a la complejidad crítica de la situación. A la vida. Al bien común, a la conciencia individual y comunitaria, a la movilidad e interacción social responsables; a las manos, la mascarilla y la distancia. También a Miquel Martí i Pol, del que ha citado, comiéndose palabras, “Podem, si vols, asseure’ns”, nostrada “Historia de las sillas”.
A lo que no ha apelado Torra es al proverbial sentido común del pueblo catalán, una omisión que me ha parecido decepcionante por cuanto ‘seny’ es una voz que comprende todas y cada una de las prescripciones que ha ido enumerando. Aunque se entiende. La preservación del mito pasa por no someterlo a examen, y ello pese a que, según ha podido inferirse de su traducción, el botellón sea una costumbre eminentemente española.
Tampoco ha tratado de persuadir a sus conciudadanos con aquel antiguo sortilegio, el món ens mira, no vaya a ser verdad.
Ni ha invocado explícitamente a Catalunya. Y no por deferencia con la otra mitad (cuyo ADN averiado no parece dificultar —¡antes al contrario!— que sea un vector de transmisión más). Le guía la ligera sospecha de que ante una crisis real la hechicería no surte efecto. En la tradición de esos muchos católicos que no creen en Dios, sólo en la Iglesia.