Era el PP, ¿llegamos a dudarlo?
«Lo que quiere Casado es una Cuca Gamarra, “que no molesta a nadie”, y lo que no quiere es una redefinición de su partido»
Los españoles, progresivamente más narcotizados por el efecto alucinógeno de nuestra vida política desde un 11 de marzo de 2004, ya vamos enterándonos de que Sánchez es ZP en peor, y cada vez va resultando peor y peor. Ahora todavía estamos haciéndonos a la idea del liderazgo del otro partido que fue de Gobierno en las primeras etapas de la democracia y que tras el penoso hara-kiri (seppuku en japonés moderno, nos dicen) de Mariano Rajoy pasó al indefinido Pablo Casado.
Bueno, pues incógnitas resueltas. Ya no hay indefinición. Casado era Rajoy, claramente en peor desde su defenestración de la brava, acertada y constructiva Cayetana Álvarez de Toledo, y en un solo día ha dejado al desnudo toda la supuesta estrategia regeneradora del Partido Popular. Lo que quiere Casado es una Cuca Gamarra, “que no molesta a nadie”, y lo que no quiere es una redefinición de su partido de funcionarios, cajas B, apaños regionales y supervivencia a base de trocitos del maná presupuestario, a la espera de una supuesta alternancia en la Moncloa que, con la liquidación del bipartidismo, cada día se antoja más ilusoria.
Sólo si Sánchez se hubiese comprometido a echar a Pablo Iglesias a cambio de que Casado echase a Cayetana, y luego pactase un Gobierno de unidad nacional, veríamos una genuina maniobra de importancia política –política, no ética- detrás de esta movida. Pero evidentemente nada de ello hay. Quien había defendido con argumentos constitucionales e históricos innegables la necesidad de ese Gobierno de unidad había sido precisamente Cayetana, que reservó sus merecidísimas descalificaciones a la tropa bolchevique de Iglesias.
Pero nada de ello interesa a Casado ni al núcleo ese de “con los separatistas podemos montar un tingladillo” del PP: la batalla cultural implica ratificarse en unos valores liberales que dificultan los chanchullos, y ellos mismos no tienen ninguna fe en ganar esa batalla, que poco les interesa porque la ideología está lejos de los mecanismos mentales del funcionariado, y ellos siguen en una fórmula que quizá, alguna vez, les sirvió en el pasado. Pero ya no.
Los extremismos han avanzado ante la desintegración interna del PP y del PSOE. Pero el PSOE está en el poder y el PP no: duro, pero así es. Y contentarse con el pactismo vergonzante con los separatismos vasco y quizá pronto catalán no le va a acercar a ello. La postura de irredentismo de Vox tiene sus limitaciones y suscita cautelas, pero lo que está claro es que reduce aún más el ámbito de una política contemporizadora, pasiva, sin defensa de valores fundamentales, como la del actual PP. Había dudas, pero un solo día, una sola destitución han bastado para disiparlas.