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José Carlos Llop

El lugar de las novelas

«Los libros de Pisón siempre me han hecho compañía, que es una forma de mejorarte la vida, y siempre he de recordar las risas en solitario»

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El lugar de las novelas

Marta Perez | EFE

Uno de los pilares que sostienen la literatura es el conocimiento –a más profundo, mejor literatura– de la naturaleza humana. Este conocimiento tanto da que sea a un lado de la frontera o al otro, y la frontera, ya saben, se cruza en Rimbaud y continúa en los Cantos de Maldoror hasta llegar al surrealismo y todo lo demás. Por no hablar del Apocalipsis de san Juan o del Inferno de Dante. Pero hoy me voy a quedar a este lado, que es el que nos ayuda a vivir el día a día como aseguraba el poeta Philip Larkin –¿Para qué son los días?/ Los días son el lugar donde vivimos,/ se acercan, nos despiertan/ una y otra vez./ Son para ser felices– y a disfrutarlo sin necesidad de rebasar los límites y estrellarnos y no por eso desconocer lo que hay detrás de esos límites, cuál es su atractivo y dónde está el precio. En el fin del realismo, probablemente. Pero como todo ahora es el fin de algo o la suma de distintos acabamientos –y ojalá esa suma no acabe con todo–, me voy al realismo que no mata –hay otro que sí– y en él me encuentro, siempre me lo encuentro, a Ignacio Martínez de Pisón, uno de los mejores.

Las libros de Pisón siempre me han hecho compañía, que es una forma de mejorarte la vida, y siempre he de recordar las risas en solitario y la ternura que despertaba la figura paterna de su novela Derecho natural. Me encontraba pasando unos meses en una casa de Burdeos que no era la de Goya,  ni tenía nada que ver con ella. Tampoco la de Moratín, que aún siendo feliz en esa ciudad, no disponía del patrimonio del pintor aragonés y se vio en más de una estrechez. Derecho natural fue para mí algo así como la larga carta cómplice de un hermano a otro que se ha ido de casa. Por la compañía y el conocimiento de la naturaleza humana, repito, y por la luz que desprende esa novela, porque ni la familia de Pisón ni la mía tienen nada que ver con la familia protagonista de la novela, aunque él y yo tengamos en común que ambos somos hijos de militar, como tantos escritores en el mundo. Algún día se tendría que estudiar la relación de los mandos del ejército con la literatura a través de sus hijos (Lezama Lima o Cyril Connolly y un largo etcétera).

Ahora Ignacio Martínez de Pisón publica Fin de temporada (que también lleva la palabra fin en su título) y habla de narrativa realista, con los norteamericanos del XX a la cabeza y el gran John Cheever –del que siempre se aprende y mucho, seas o no un escritor realista– como su favorito. Pero sostiene Pisón que el coronavirus parece inventado por Netflix: como metáfora es buena, pues son muchas las personas que, durante el confinamiento, han sido incapaces de leer y en cambio han visto, a través de las plataformas, todas las películas y series del mundo. Se ve que la amenaza de la peste posee el efecto secundario de abandonarse a la pasividad incluso en el arte. No leer y como Petronios en la bañera –la mayoría de los pasivos eran hombres–, dejar que el cerebro sea colonizado por vidas ajenas sin plantearse esfuerzo alguno, mientras esperan salvarse o enfermar. Aunque la cosa, me temo, viene de antes de la pandemia y aquí me refiero a las series.

La necesidad humana de la ficción –de vivir las vidas que no vivirán por sí mismos: vidas vicarias, se les llama– es vieja como la Historia. En la caverna, junto al fuego, y eran historias de caza y de magia y de paisajes nunca vistos. En las casas burguesas junto a la chimenea y era la voz del padre leyendo la última entrega de Dickens a toda la familia. En la televisión ahora cuando apenas hay chimeneas, mientras HBO, Netflix y otras establecen una tensión y deslumbramiento narrativos que apenas duran en la primera temporada y van desvaneciéndose a medida que se suman otras nuevas. O sea que las series han ocupado con la potencia reproductiva que da la televisión el lugar de la ficción, el lugar de las novelas, pero no lo colman. Y no deja de ser una forma de usurpación como tantas de las que pululan en nuestra sociedad. Seas un escritor realista o de cualquier otro palo.

Esta situación, estoy convencido, adormece las inteligencias como el opio que los ingleses suministraron a los chinos para tenerlos tranquilos. No participar en las ficciones como sí lo hace un lector, recreándolas en su mente provoca una lenta desfiguración. O sea que, confinados o no, aparquen unas horas al día las series y lean a Pisón. Ahora tienen Fin de temporada, pero sigan luego hacia atrás y cojan El día de mañana, o La buena reputación, o la ya citada Derecho natural (por citar sólo tres) y continúen como lo hacen con las distintas temporadas de una serie. No se arrepentirán y ganarán lo que sí está escrito.  

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