La herencia falangista de Venezuela
«A los chavistas del otro lado del Atlántico se les suele considerar muy erróneamente como el último subproducto, si bien algo folclórico, verborreico y tardío, de la vieja tradición intelectual marxista europea»
Conseguir que tu país logre alcanzar la mayor tasa de inflación del mundo, y además revalidar con éxito ese propósito año tras año, constituye un objetivo relativamente sencillo; de hecho, basta con disponer de una buena impresora industrial de papel moneda; además de un cerebro no excesivamente bien regado, huelga decir. En cambio, llevar a la bancarrota efectiva a una corporación monopolística cuyo objeto social remita a la extracción, refinado y comercialización del petróleo procedente de uno de los principales yacimientos del planeta, una empresa como Petróleos de Venezuela Sociedad Anónima pongamos por caso, supone hazaña mayor por lo inverosímil del empeño. Pero lo en verdad insólito es que alguien haya logrado consumar al tiempo esas dos extravagancias. Y ese alguien, cómo no, es Maduro, Nicolás. 07; muy erróneamente, sí, porque para eso les faltan muchas, demasiadas lecturas, casi tantas como testosterona les sobra. Bien al contrario, a lo que más recuerda la cosmovisión, por llamarla de algún modo, de esa gente es a la filosofía de la praxis, también por llamarla de algún modo, de Girón de Velasco, aquel falangista de primera hora tan convencido en su época ministerial, cuando la autarquía de posguerra, de que la política económica es algo que solo depende del mayor o menor calibre de los testículos de quienes hayan de llevarla a cabo; única y exclusivamente de eso.
Así, a imagen y semejanza del proceder canónico de sus futuros discípulos caribeños, al camarada Girón tampoco se le ocurrió perder el tiempo estudiando los vínculos que se dan entre los salarios y la productividad dentro del capitalismo burgués y decadente. Los falangistas, como los chavistas ahora, no estaban para esas vainas. En consecuencia, ni corto ni perezoso, el camarada Girón se levantó de la cama una mañana de 1956 con la decisión firme de estampar en el BOE una orden del Ministerio de Trabajo por la cual se doblasen, y de un día para otro, los salarios de la totalidad de los trabajadores españoles. Con un par. Y es que el camarada Girón, al igual que su aventajado alumno Maduro, andaba persuadido en su fuero interno de que bastaría con doblar la cantidad de billetes de banco que la gente llevase en la cartera para, y por arte de arcana magia, conseguir que también se multiplicara por dos en el acto la cantidad de productos de consumo que hubiese expuestos para la venta en todas las tiendas y comercios de España. Pero, contra todo pronóstico oficial, resultó que no. Al punto de que solo un par de años después, en 1958, la inflación, ya desbocada, había reducido el poder real de compra de los salarios por debajo incluso del nivel previo a la subida nominal prescrita por el Gobierno. Por lo demás, y fruto de esos alegres juegos de manos con las cosas de comer, el país yacía en ese mismo instante al borde de la quiebra. Una quiebra cierta que únicamente evitó el Plan de Estabilización aprobado el año siguiente.
En el definitivo y absoluto desastre venezolano hay, más allá de insoslayables condicionantes objetivos como pueda ser la caída persistente de los precios internacionales del petróleo, raudales, raudales y más raudales de pura y simple incompetencia. Una incompetencia supina, la de la kakistocracia chavista, a la que no es ajena, sino todo lo contrario, su condición de triste colonia intelectual de Europa y Estados Unidos. Porque tras la hiperinflación venezolana está la perfectamente peregrina creencia de que los gobiernos pueden gastar dinero sin límite ninguno, a placer. Y que además pueden hacerlo sin incurrir en la necesidad perentoria de endeudarse o, en su defecto, de subir los tributos a sus ciudadanos. Pues, para acabar de redondear el prodigio, la teoría sostiene que el incremento de la cantidad de dinero fiduciario emitido por un banco central no provocará inflación. Ninguna. Suena entre absurdo y ridículo, pero esos son los postulados centrales de la llamada teoría monetaria moderna, la base doctrinal de la política económica chavista elaborada en varias universidades de… Estados Unidos. Sí, de Estados Unidos. ¿Las consecuencias inmediatas? En los dos últimos años, solo en los dos últimos años, la base monetaria de Venezuela se ha incrementado en un manicomial 2.400.000 %. Traducido a un lenguaje comprensible, eso significa que el Banco Central de Venezuela ha ordenado imprimir 24.000 billetes nuevos de un bolívar por cada billete antiguo del mismo valor, un bolívar, que estaba en circulación dentro del país. 24.000 por uno. Girón vive.