La mancha humana
«Parece ser que la libertad de autoconstruirse sólo va en una dirección en cada época y que ahora va hacia ese horizonte de significado vacío al que siguen llamando la izquierda»
El caso recuerda al de aquél otro, también profesor, también universitario, y también americano, que protagoniza La mancha humana, de Philip Roth. Es, de hecho, la misma historia pero justo la contraria. Él, siendo negro como se era antes, por haber nacido de negros, se hizo pasar por blanco, judío por más señas, por razones evidentes. Son las mismas razones que llevaron a esa profesora, ahora suspendida, a presumir durante años de ser negra cuando, en realidad, es una pobre judía de Kansas. Si la suspenden por esto, ¿por qué la contrataron? Hay despidos que dejan peor al que se queda que al que se va. Hay despidos que son una enmienda a la institución y algunos, incluso, al espíritu de los tiempos.
No hay duda de por qué la contrataron y no hay duda de por qué mintió. Y es señal de la injusticia el que los motivos de la mentira sean más claros y distintos que los de la verdad. De negro a judío él, de judía a negra ella. Y los dos a favor de los tiempos. La lección es evidente y no hay mucho que añadir. Pero, ¿no hace mucho más daño con su confesión que con su mentira?
Su confesión pretende ser una impugnación del racismo, basado en la convicción de que las diferencias aparentes son diferencias sustanciales. Que si tu ves a un negro es que hay un negro y que si hay un negro es que hay peligro y hay derecho, por lo tanto, a la legítima defensa. Pero lo que nos está diciendo con su confesión es que, como bien sabían los nazis, si de verdad quieres diferenciar entre razas y reparar sus injusticias históricas, tienes que andarte con mucho cuidado porque las diferencias de tono, incluso de tonito, engañan y mucho. Es lo que le está pasando ahora a ella misma y que les pasa a tantos negros en Estados Unidos, que parecen volverse más y más blancos cuanto más a la derecha les sitúan. Y es también lo que les pasa a las mujeres de derechas, que en un momento en el que a todos los demás nos basta proclamarnos féminas para ser tratados como damas, ellas, por mucho que lo sean, lo parezcan y lo proclamen, ni son mujeres ni merecen ser tratadas como tales.
Nos dicen que debemos construirnos a nosotros mismos, elegir nuestra identidad como en una de esas tablillas rasas de autoservicio que ponen ahora en los fast food. Pero parece ser que la libertad de autoconstruirse sólo va en una dirección en cada época y que ahora va hacia ese horizonte de significado vacío al que siguen llamando la izquierda. Nos dicen, como decía aquél, que hay que hacer de cada vida una obra de arte. Pero el precio de cada obra, nos lo advirtió el divino Dalí (que tampoco era comunista) depende de la firma. Es decir, del mercado. Es decir, de la moda. Y que eso es así incluso cuando todo lo demás en la obra parece idéntico. ¡Sobre todo! cuando todo lo demás parece idéntico.