Feministas antaño, empoderadas de hogaño
«Los hombres no podrán recuperar ahora la igualdad en peligro si las mujeres, en estricta correspondencia, no colaboramos denunciando dichos excesos»
Françoise Giroud, política francesa que en los setenta ocupó muy altos cargos en los gobiernos de Chirac y de Raymond Barre, escribió en Le Monde (11 de marzo de 1983) una frase que se ha citado, parafraseado y adulterado muchas veces: «La mujer sólo llegará a ser igual al hombre cuando, en un puesto importante, se nombre a una mujer incompetente».
Dado que las posibilidades de las mujeres sin méritos para medrar en política se han incrementado de manera exponencial y que, a idéntica ineptitud, mujer al canto, si vemos el elevado número de ministras y altas cargas que hay en el gobierno de Sánchez, tendremos que admitir que se ha conseguido la tan anhelada igualdad. Por tanto, una vez logrado el objetivo, gracias a la incompetencia administrativa, la tan cacareada y malhadada huelga del pasado 8M la tendrían que haber hecho las mujeres «normales» contra las incompetentes que las gobiernan y no estas últimas, responsables en definitiva de todo aquello contra lo que se supone deberíamos protestar, reivindicaciones que están más en el imaginario retrógrado y partidista de esas impostoras, que en la realidad, donde la existencia de ese poderío (hoy empoderamiento) femenino en auge, roza la injusticia (pues criminaliza a los varones desde su más tierna infancia), el abuso e incluso el ridículo, como lo demuestra la aportación de Irene Moreno a la causa con su patético lema de «sola y borracha quiero llegar a casa». Lo que va de ayer a hoy…
Así como las mujeres, en lo que se refiere a los derechos civiles, no habríamos conseguido prácticamente nada, o desde luego habríamos tardado bastante más, de no haber contado con el apoyo de algunos hombres que avalaron nuestras justas reivindicaciones (protegiéndonos incluso de las propias mujeres), los hombres no podrán recuperar ahora la igualdad en peligro si las mujeres, en estricta correspondencia, no colaboramos denunciando dichos excesos.
¿Y en qué consiste esa igualdad perdida? ¿A qué va referida exactamente? Al concepto de justicia y de equidad, del que se han olvidado todos ellos. Una vez conseguido –y con creces- que una mujer igual de inepta que un hombre llegue a situaciones de mando (hay tantos ejemplos ahora) consigamos algo más sencillo, como que a un hombre que haya superado una prueba, no le quite el puesto una mujer que ni siquiera pensaba presentarse a ella, sólo porque a una especie de psicópata le gusta mucho jugar a las muñecas y batir récords.
Por eso, el empeño en encontrar protofeministas y hacerlas de izquierdas (empeño que me recuerda al rigor inquisitorial con el que André Breton buscaba protosurrealistas para avalar su anecdótica y dictatorial escuela literaria), choca, guste o disguste a quien sea, con la realidad insoslayable del conservadurismo de Pardo Bazán, feminista declarada, y el falangismo militante de Concha Espina y Mercedes Fórmica, cuyo artículo, Domicilio conyugal, publicado en ABC el 7 del 11 de 1953, fue decisivo para que desapareciera del código penal la aberrante figura de «abandono del domicilio conyugal» (legalmente era el del marido y nada más), que costó la vida a tantas mujeres maltratadas sistemáticamente por sus maridos, obligadas a quedarse en su casa con él, si no querían perder todos sus derechos; entre otras, la mujer de la que trata dicho artículo.
En cuanto a doña Emilia, siempre en el candelero, pero ahora más, con la abusiva y rencorosa expropiación de una propiedad privada como es el Pazo de Meirás, hay que recordar que participó en los primeros Congresos feministas internacionales y que en sus novelas, cuentos y artículos de prensa reivindicó siempre el papel principal y activo de la mujer en la sociedad («La mujer ha trabajado siempre; las labores más duras nunca se le han vedado en nombre de la debilidad de su organismo. Yo he visto a las mujeres trabajando en obras públicas, partiendo piedra, sin que nadie les preguntase si estaban encintas o lactando», escribió en 1900). Y en La madre naturaleza, segunda parte de Los Pazos de Ulloa, nos encontramos con la existencia de un procedimiento judicial por el que un juez podía depositar a una mujer en una «casa de acogida» (sic) al considerar que en la suya, la de su padre o su marido, no podía expresar libremente su voluntad o sufría malos tratos… Hay que recordar, además, que el abuelo paterno de doña Emilia mató a su segunda mujer (que no era su abuela), lo que la sensibilizó especialmente con el tema de la violencia doméstica.
Por todo lo dicho, y por la tendencia actual a convertir a Pardo Bazán en una izquierdista, a fuer de feminista, es por lo que me gustaría recordar a las desinformadas criaturas que tal piensan que reclamar y luchar por los derechos de la mujer e indignarse por la violencia ejercida contra ellas no es una característica de la izquierda, por muchas milongas que les canten desde el poder, como resulta evidente en los ejemplos anteriores y se podrían encontrar muchos más. Hacer de izquierdas a doña Emilia resulta más fácil, por sus muchas amistades liberales, pero más difícil resulta que lo hagan de las otras dos, por eso, simplemente las silencian.
También se olvidan de que fueron las socialistas las que se negaron a admitir el voto femenino y que ese partido era, como todos, eminentemente machista, y no digamos ya el comunista, famoso por su homofobia represora. Tiene que doler mucho creer a pies juntillas que es la mirífica izquierda la que se ha encargado, hace apenas dos días, de liberar a las mujeres de «la vaina del varón», que dirían en Sudamérica y encontrarse de pronto con esos contundentes precedentes que demuestran lo contrario.
Conozco algo la historia del movimiento feminista. Esos logros que tanto trabajo han costado, y que las triunfadoras empoderadas de ahora (que se lo deben todo a su papá freudiano) han olvidado, se han convertido en excesos que, errónea e injustamente, se computan como inevitables. Yo no lo creo así en insisto en que habría que hacer algo al respecto, sobre todo el elemento femenino, especialmente afectado por ese continuo insulto a su inteligencia, pues «cuánto más vil es el opresor, más infame el esclavo», como decía La Harpe, poeta francés del XVIII que se mantendría totalmente ignorado si Chateaubriand no le hubiera citado en sus Memorias de ultratumba.