Conquistar Madrid en tardes sueltas
«A Delibes le otorgo el mérito de haberse hecho fuerte desde una esquina de este mapa que es España, porque cualquier parte del mapa que no sea Madrid es una esquina»
Conquistar Madrid, esa obsesión en la que se embarcan tantos escritores como si fuera la primera oposición del oficio —antes incluso que la de escribir bien—, me da una pereza desmedida. Madrid, con sus dimensiones de burro grande. «Madrid, Madrid, ¡qué bien tu nombre suena!», pero así a lo lejos. A Madrid voy siempre con billete de ida y vuelta porque a mí lo que me gusta es la idea de Madrid principalmente.
A Delibes le otorgo el mérito de haberse hecho fuerte desde una esquina de este mapa que es España, porque cualquier parte del mapa que no sea Madrid es una esquina y él eligió Valladolid contra todas las tentaciones. Incluso cuando le ofrecieron dirigir El País en los tiempos en que aquello todavía se podía salvar. Admiro la elegancia de saber que Madrid no era para él y su forma de declinarlo: «Soy como un árbol que crece donde lo plantan». Leyendo a Delibes y estudiándolo uno madura y así maté yo mis ganas de irme a la capital a malvivir. Delibes me salvó de la bohemia, estoy seguro, cuando empecé a escribir. Por aquel entonces ya había muerto aunque lo había conocido una tarde años atrás en la calle Teresa Gil de Valladolid mientras yo estaba en primaria. Mi abuelo y él eran amigos así que no le vi más problema a pararle y presentarme. Resultó tan huraño como él mismo confesaba. Me miró con cara de «muy bien, muy bien», pero sin entender del todo que pretendía. Contra lo áspero de la impresión y como para arreglarlo le confesé que nunca había leído nada suyo y aquello pareció hacerle más gracia. Después le conté que, en un examen del colegio, a la pregunta de quién había escrito el Quijote una chica de clase contestó: Miguel Delibes. A la profesora le pareció un disparate y por lo visto al propio Delibes también. «Me habría gustado, aunque el libro habría sido mucho peor. Por lo pronto yo sí que me hubiese acordado del lugar de Castilla del que partió y eso es un problema. Lo que no me habría hecho gracia es ser manco… Pero escribir el Quijote bien vale un brazo».
Por Delibes valoro a los escritores que han decido apostar por lo suyo, hacerse fuertes. A tipos como Peyró —que da igual donde naciera, él es inglés por vocación— y se fue a conquistar Londres en vez de Madrid, que es lo que debe de hacer un lord, y desde allí va produciendo su obra. Sergio del Molino en Zaragoza o Gonzalo Gragera en Sevilla. Madrid es pensar que los libros se escriben solos y el problema es darse cuenta de que no cuando ya se está allí. Miguel Delibes como un Quijote, pero de Castilla La Vieja. Delibes como un hereje contra la religión oficial de irse a Madrid como única forma de ser escritor.
Igual que a Homero no le hizo falta irse a Madrid para convertirse en un clásico, Delibes se empeño en Valladolid. De Madrid se irá al cielo, pero de Valladolid Delibes fue a la eternidad.
Conquistar Madrid se hace a base de escaramuzas, yendo y volviendo con frecuencia, como Delibes. Un día se gana uno el Premio Nadal, lo recoge y se vuelve. Después se gana el de la Crítica, se ingresa como académico y se da un discurso de esos de los que todavía se habla casi cincuenta años después y todo así. Madrid se conquista en tardes sueltas y sobre todo escribiendo mucho y bien. Y cuando se muera ya habrá tiempo de ir con calma a Madrid. Como Delibes, que ha llegado a la Biblioteca Nacional con motivo del centenario de su nacimiento. En una exposición monumental de esas que bien merecen un viaje y más si la exposición la ha pergeñado Jesús Marchamalo.
A Madrid hay que ir y volver; y eso es lo que haré yo con la exposición cualquier día de estos. Y volveré con la convicción de escribir mejor y reafirmado en la idea de convertirme en un clásico, pero desde Valladolid. Ya cuando muera, si no me montan una exposición en la Biblioteca Nacional, espero que al menos lo hagan en el Toni 2.