«Salimos más fuertes» (sic)
«Tanta propaganda de presuntuosos eslóganes solo sirvió a uno, a aquel para el que estaba diseñada. Él sí ha salido más fuerte»
Todo era rotundamente falso. Era mentira eso de «este virus lo paramos unidos», porque ni lo paramos ni nadie piensa en ninguna unidad distinta a la rendición. No «salimos más fuertes» porque no salimos, seguimos, y cada día más débiles, más empobrecidos, más cansados, más atemorizados y mucho más enfrentados. Era una fanfarronada la proclama de «hemos vencido al virus», y una cruel irresponsabilidad la pretensión de que pudiera haber ningún imaginario estudio independiente (o incluso dependiente) que permitiera presumir al presidente del Gobierno de haber salvado nada menos que 450.000 vidas. ¡Ahí queda, en el Diario de Sesiones del Congreso, para vergüenza de historiadores!
Todo era un embuste porque el propósito no era frenar la expansión de ningún virus sino parar en seco, y dar la vuelta, al lógico deterioro político del Gobierno por la pésima gestión de la primera ola de la pandemia. Y ese propósito se logró, claro que sí. A un coste irreparable en vidas humanas que no se quisieron ni contar, en insoportable destrucción económica presente y futura, en pérdida irrecuperable de empleos y oportunidades, en pasmoso desprestigio de la política como forma civilizada de encauzar la convivencia, y en riesgo creciente de enfrentamiento social.
Ni salimos ni más fuertes. Tanta propaganda de presuntuosos eslóganes solo sirvió a uno, a aquel para el que estaba diseñada. Él sí ha salido más fuerte. Es el único. Y es inimitable, por mucho que crezcan, cual champiñones, variopintos emuladores de su descomunal falta de escrúpulos.
Pasó la primera ola, con sus 50.000 muertos y a la que se hizo frente con una sola medida: un atroz confinamiento medieval que frenó en seco toda actividad económica a un coste aún por determinar. Pasó la primera y ya estamos en la segunda, sumando otra vez hospitalizados, UCIs y fallecidos. Ahora el Gobierno de España ha decidido lavarse las manos y dejar toda la responsabilidad a las Comunidades Autónomas. No todas tienen la misma capacidad de acción coercitiva si la decisión volviera a ser otro confinamiento medieval, ni la misma habilidad para acompañar esa forma de secuestro indiscriminado con toneladas de propaganda motivacional.
Pero las cosas se pueden hacer de otra manera. Y si esta vez, para variar, probamos a decir la verdad y a exigir la verdad. Y si desdeñamos la mendaz comunicación por eslóganes y reclamamos información solo con lo que sabemos que es cierto, aunque eso nos exija a todos reconocer lo poco que sabemos. Y si, después de decir y exigir la verdad, pedimos y ofrecemos responsabilidad. Y si, con la verdad por delante, exigimos que la intervención de los poderes públicos se limite a tres cosas muy básicas. Primera, diagnosticar cuanto antes la enfermedad y cuidar a los enfermos. Segunda, colaborar en la localización de los infectados y en garantizar su necesaria cuarentena. Y tercera, minimizar el daño económico que está causando la pandemia, limitando al mínimo imprescindible las trabas a la actividad, y sin dejar de ayudar a los que lo están perdiendo todo.
Por ejemplo, como sugerencia tentativa, ahí van una decena de verdades alternativas a la mendaz propaganda de la primera ola. 1.- Habrá vacuna (vacunas) cuando la(s) haya, y será(n) más o menos eficaz (eficaces), ya veremos. 2.- Es posible la inmunidad personal tras pasar la enfermedad, pero nada garantiza que pueda ser ni total ni para siempre. 3.- Por fin tenemos test, después de todas las compras fraudulentas de la primera hora que beneficiaron a quien sabe quién, y los test son muy útiles, pero a veces fallan. 4.- Eso de la inmunidad de rebaño suena a insuperable ingeniería social, pero se cobraría, de camino, más muertos de los que ni podemos ni debemos asumir. 5.- Lo de los rastreadores está fenomenal, aunque convendría entender que el mejor rastreador es uno mismo: nadie mejor que cada uno para evaluar el posible contagio propio por haber tenido contacto con conocidos, compañeros de trabajo, amigos o familiares que resulten infectados, pero eso exige mucho autocontrol y aún más responsabilidad. 6.- Las cuarentenas individuales preventivas por haber tenido algún contacto con un infectado son (deben ser siempre) de obligado cumplimiento, aunque en el mejor de los casos conlleven una enorme incomodidad, y en el peor exijan ayuda en forma de alojamiento seguro y sustento diario. 7.- Los médicos y enfermeros no son súper-héroes, aunque algunos a veces puedan parecerlo; son simplemente humanos y, como tales, se cansan, se desesperan y tienen miedo, tanto miedo como el que más al contagio. 8.- Los maestros y profesores (en su inmensa mayoría) preferirán cualquier forma de clase telemática que tener que lidiar con críos tan alérgicos a la disciplina como hastiados de encierros y mascarillas, pero dejar a los niños en casa durante otro curso no debe ser ni una opción si nos importa mínimamente su formación. 9.- El empobrecimiento que sufriremos como país y demasiadas familias padecerán a diario ante el temor de no saber cómo pagar las facturas, o qué podrán comer hoy, va a ser crecientemente insoportable y terminará traduciéndose en tensiones sociales hasta ahora desconocidas. 10.- Esto que ahora llamamos la segunda ola es simplemente una forma de reconocer que el virus sigue ahí, y seguirá ahí haciendo de las suyas durante un tiempo aún indeterminado… Son solo diez ejemplos. Cualquier experto podría detallar más verdades incómodas y, por tanto, impensables para los que confunden la política con la propaganda.
Pero hay otra forma de hacer las cosas. La combinación de verdad, responsabilidad y mínima intervención son ingredientes de una forma muy rara de entender la política, ésa que cree en la libertad individual y que hace tiempo dejó de estar de moda. Es muy poco probable, pero quizá en Madrid -con todas las dificultades por la velocidad de avance de la pandemia- haya una oportunidad de demostrar que esa forma tan rara de entender la política es sencillamente la mejor. Ya sé, suena demasiado naïf cuando lo que se estila es ceder hasta la libertad a un poder omnisciente de acreditada ignorancia. Pero las crisis, y ésta no puede ser más grave, nos brindan una oportunidad. Ni salimos ni más fuertes, pero quizá más libres. Quizá, ojalá, quién sabe…