Un invierno kunderano
«Las novelas de Kundera tienen la capacidad de extirpar al lector por completo de la realidad. A cambio, le ofrecen alojamiento en ese cosmos tan propio del escritor»
Días atrás le otorgaron el premio Kafka a Milan Kundera y no se me ocurre mejor metáfora para este invierno triste que se acerca. Decía Ángel González en un poema celebérrimo que, en otoño, el verano intenta perpetuarse, pero me temo que no será posible en este 2020 kafkiano, o kunderano, tanto da. Nos pilla octubre acariciando la corona del reloj para retrasar el tiempo, con los políticos midiéndose los centímetros del escaño, y en el horizonte las oscuras golondrinas: limitación de reuniones navideñas a seis personas, desaparición del ocio en todas su formas, colegios y oficinas bunkerizados, nada de abrazos, nada de sueños. Propio del hombre que da nombre al premio, y propio de quien este año lo recoge. Porque, volviendo al premio, a veces el periódico nos sorprende con sucesos felices: este es uno de ellos. Pero también es un capricho. Dejen que me explique.
Leer al checo siempre agita el espíritu, como lo agita el otro checo, Franz Kafka, y como lo agitará este invierno de perros. Las novelas de Kundera tienen la capacidad de extirpar al lector por completo de la realidad. A cambio, le ofrecen alojamiento en ese cosmos tan propio del premiado. No es filosofía, no es existencialismo, no es psicología, no es metafísica, no es ideología: es todo eso mezclado en el intelecto de un autor excelso, quien a través de la palabra te hace navegar por él, con el timón blando y las meninges abiertas. En esa zozobra, por cierto, está el encanto. Creo que este invierno tiene de kunderano, precisamente, que habrá que intentar sacarle partido a esa deriva, a la inquietud, a la angustia, al desconcierto. En La insoportable levedad del ser deja dicho que el hombre vive más cuanta menos preparación tiene. Ahora que no hay noticia que no sea pura improvisación, ahora que intuimos que la previsión se quedó en ese verano que según el poeta debió perpetuarse, qué mejor asilo que la prosa poética del autor que nos atañe: vivir sin preparación.
Ah, el capricho, sí. Decía que, como quiera que esta columna tiene tres protagonistas, Kafka, Kundera y el invierno, y como quiera también que el telón de fondo es la angustia que de todos ellos se desprende, no deja de ser un capricho que todos se reúnan en este merecido premio. O un acto de justicia, también. Intentaremos penetrar en los tres como K. intentaba penetrar en el castillo, con la incertidumbre que reclamaba Kundera en su levedad, y asimilando la angustia que provocarán las decenas de ruedas de prensa a las que nos aboca la clase política. Ahora bien, otra cosa es el final: si desembocaremos en esa paz que sienten Tomás y Teresa al alejarse de la ciudad y sus infidelidades; o en esa guerra que sobreviene a Josef K. el día que dos funcionarios le clavaron un cuchillo en el pecho; sólo ese mismo tiempo que ahora retrasamos lo sabrá. Mientras, repito, hagan como Kundera: vivan sin preparación.