La guillotina de cristal
«A mí la independencia de Cataluña no me quita el sueño ni mucho ni poco, porque estoy segurísima de que no se va a producir»
Dije una vez, hace tiempo, que a mí la independencia de Cataluña[contexto id=»381726″] no me quitaba el sueño ni mucho ni poco, porque estaba (y estoy) segurísima de que no se va a producir. De que la integridad territorial de la España moderna no se va a romper. «Otra cosa es que Cataluña ya esté rota», apostillé. Con la cabeza abierta como una sandía, añadiría ahora.
Lo que en su día dije del procés, lo veo y lo doblo a propósito de la monarquía. Estoy segura de que ninguna de la supuestas intentonas de destronar a Felipe VI o de cambiar nuestra forma de Estado van a llegar a ninguna parte. No veo de dónde agarrar, sinceramente. Otra cosa es que estas maniobras tengan un objetivo menos explícito de lo que parece. Y que el daño que hagan no sea inmediatamente perceptible a simple vista.
Recapitulando: el procés no ha fracasado tanto como parece si contamos las balas que de verdad había en el revólver. Si entendemos que el objetivo real de esta ruleta rusa nunca fue irse de España. Era echar de casa a media Cataluña. El secuestro de la totalidad de la sociedad catalana, y de parte de la española, por parte de un catalanismo cada vez más indigno, cateto y excluyente es de los más largos de la historia porque ya dura cerca de 40 años. Los 40 años que hace que Franco se murió, que en este país se pudo al fin votar, y en absolutamente todos los territorios se ha producido algún tipo de alternancia política significativa, excepto en Euskadi y en Cataluña. Sólo ahí venimos asistiendo a una sucesión ininterrumpida de gobiernos de composición variable pero con un mínimo común denominador fijo como la ley de la gravedad: siempre hay separatistas mandando. Ocupando resortes claves de poder.
Curiosamente en Euskadi el separatismo ha sido siempre más descarnado, pero menos ambicioso. Con todo el dolor y el espanto causado por la huida hacia delante criminal de ETA, allí nunca se aspiró a modificar España. Solo a conseguir el estatus de reserva india ajena al resto de la nación. Con su régimen fiscal aparte y todo.
En Cataluña las cosas siempre han sido menos categóricas y más turbias. Matar es matar, morir es morir, y hasta el más bárbaro entre los bárbaros comprende que esa no es una estrategia eternamente sostenible. Que tarde o temprano habrá que enrocarse. Ah, pero la sibilina muerte civil que hace rato que se lleva en Cataluña, para castigar a los desafectos que con su mera existencia desmienten (desmentimos) el relato de catalanes versus fachas…
En resumen, que el objetivo de toda esta calentura del procés no fue nunca desgajarse físicamente de España, sino conseguir una parcela local de poder omnímodo, intocable. Una ley propia y aparte como la de ciertas etnias que se abrogan el derecho de, pongamos, no escolarizar a las mujeres o lavar con sangre las afrentas familiares, contando con que al Estado le cunda más hacerse el loco y mirar para otro lado.
El objetivo ha sido fundar y mantener una mafia consentida. Un territorio donde la ley no vale, una dimensión desconocida donde da miedo entrar. En ese sentido, ya lo creo que el procés sigue funcionando a toda máquina, ante el estupor de sus víctimas, que no entienden, no entendemos, ni la impunidad de oro de Quim Torra, ni que desde Madrid se prefiera financiar a los corruptos e ineficaces gobiernos catalanes, permitiendo en cambio el ahogo económico y la decadencia sangrante de la Cataluña real…
Volviendo al rey: pues tres cuartos de lo mismo. Todos los que piden su cabeza saben perfectamente que no la van a obtener. Pero que precisamente por eso les puede cundir mucho el alboroto de pedirla año tras año. Y que, menos eso, menos precisamente eso, pueden conseguir muchas otras cosas que pretenden.
¿Cuáles? Pues, por ejemplo, para cierta izquierda digna de peor nombre, es una manera estupenda de distraer la atención de su absoluta incapacidad de rescatar a los desfavorecidos cuando arrecia lo peor de la crisis. Mucho más fácil cabrearlos. Mejor hacer soñar con guillotinas a quién no tiene con qué llegar a fin de mes. Ni lo volverá a tener seguro nunca. En la vida.
Si encima con eso se cava una zanja de las dimensiones del Cañón del Colorado en el corazón de la vida civil española, no dejando a la gente otra opción que ser bolchevique o ultrafacha, mejor me lo pones, para los que han venido a la política, no ya a forrarse (que también…) sino a hacer inviable e invivible todo aquello que quede dos milímetros por encima de la línea de flotación de su mediocridad.
…Y ya que hablamos de mediocridad. Magníficos reyes de España (y hasta alguna reina) se han estrellado por culpa de malos consejeros y peores validos. Las casas reales, por naturaleza, tienden a la autoconservación. Y es verdad que en momentos históricos muy puntuales, la autoconservación pasa por mimetizarse con el paisaje. Por que no se mueva ni una hierba de la sabana. Seguro que hasta el león, rey de la selva, se ha visto obligado alguna vez a quedarse muy quieto y agachado para no ser carne de safari.
…Pero… ¿qué pasaría si el león ya no volviese a mover pata ni oreja nunca más? ¿Seguiría siendo león? ¿Seguiría siendo el rey? Atención que la que se está montando puede ser una guillotina de cristal, una guillotina invisible, cuyo objetivo no sea tanto cortar la cabeza de nadie como impedirle que la use.
A día de hoy no se me ocurre nada más triste como que alguien piense que el rey, para seguir siéndolo, tiene que dejar de reinar, de representar lo que representa, de garantizar lo que garantiza. Ojalá a ningún Richelieu de pacotilla se le ocurra guardar la Corona en un cajón y hacer por ejemplo imposible otro discurso como el del 3 de octubre de 2017, otra grandeza como la exhibida por el jefe del Estado (y solo por él) ante las peores amenazas del terrorismo, de la crisis, de la pandemia… Ojalá no haya que llamar a los mosqueteros para que no se nos olvide lo básico: todos para uno, y uno para todos. Hasta el final.