THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

Conocimiento y poder

«Confiaban en el sueño americano y estaban dispuestos a sublevarse contra el «culto a lo fácil’ que les impedía el ascenso social»

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Conocimiento y poder

P. Mello | AP

En el extremo sur del lago Michigan la United States Steel fundó en el año 1907, junto a una nueva planta de producción de acero, una ciudad llamada Gary, en honor del presidente de la compañía, Elbert H. Gary. Popularmente, sin embargo, fue conocida como The Steel City. Aquí nació Michael Jackson.

Esta nueva ciudad quiso dotarse de una nueva escuela, que fuera la de los hijos de las nuevas familias industriales del siglo XX y así diseñó el conocido como Plan Gary. Para dirigir su implantación se contrató como superintendente a William Wirt (1874-1938), que realizó una singular síntesis de las ideas pedagógicas progresistas de su maestro, John Dewey, y del promotor de la organización científica del trabajo, Frederick Winslow Taylor. De primero tomó el predominio de la experiencia y la aplicación inmediata de lo aprendido y del segundo, la eficiencia y la mentalidad industrial. A esta nueva escuela los niños irían, según lo imaginaba Wirt, ilusionados cada día, sin sentirse obligados a ir. Huiría «de la monotonía del libro de texto» y de la repetición memorística y tendría como centro el principio del learning by doing. No habría cursos convencionales, ni asignaturas. Los alumnos se dedicarían a desarrollar sus intereses, adquiriendo así una amplia educación preprofesional y decidirían cuándo tomarse los dos meses de vacaciones que les correspondía, si en invierno o en verano.

Cuando el demócrata John Purroy Mitchel fue elegido alcalde de Nueva York, en 1913, imbuido, como él mismo decía, por una «pasión progresista por la eficiencia empresarial», quiso implantar rápidamente el Plan Gary, a fin de que la escuela atendiera las «demandas prácticas de la industria, aplicara los ideales democráticos y supusiera un gasto asumible para la ciudad». Contó desde el primer momento con el apoyo de empresarios y financieros (de manera notable, del de John D. Rockefeller), la prensa de izquierda y algunas relevantes instituciones pedagógicas. Sin embargo, los sindicatos entendían que el objetivo del plan no era otro que el de capacitar a los hijos de los trabajadores para que fueran engranajes eficientes de la maquinaria industrial y buena parte de los padres mostraron también desde el principio reticencias que desembocaron en una oposición frontal a medida que se iba aplicando el plan.

En 1916 comenzó a manifestarse abiertamente el descontento y en el otoño de 1917 se produjo el estallido.

El 15 de octubre de 1917 un gran grupo de niños se negó a entrar en una escuela en la que se acaba de introducir el Plan Gary. Apedrearon las ventanas del centro y varios de ellos fueron arrestados. El día siguiente el Globe informaba que «1.000 alumnos protestan contra el sistema Gary». Añadía que los padres, enfadados, habían alentado la protesta y que «las niñas estaban siendo las principales protagonistas».

El 16 una reunión de padres derivó en una «manifestación enfurecida contra el Plan Gary».

El 17 la policía informó que el número de escuelas que se sumaban a la protesta no dejaba de crecer. Sobrepasaba con creces el millar.

El 18 se manifestaron 5.000 alumnos en el Bronx.

El 19 hubo una huelga general en los centros educativos y una gran manifestación en la que la mayoría de los participantes no superaba los quince años. Algunos sólo tenían nueve. A pesar de su corta edad, cuando eran detenidos por la policía, invocaban la libertad de expresión. La crónica del New York Times del 20 de octubre asegura que varios miles de niños desfilaron por Brooklyn y Bronx apedreando escuelas y pinchando las ruedas de los coches de la policía. «We won’t back until the Gary system is taken out», gritaban.

El lunes 22 las cosas siguieron empeorando. Los alumnos participantes en manifestaciones superaron los 10.000.

La huelga duró diez días y le costó la reelección al alcalde, John Purroy Mitchel. Ni los alumnos ni sus padres estaban dispuestos a aceptar que la escuela fuese «la vida misma», como pretendía el Plan Gary. No iban a la escuela a encontrarse con la vida, sino con el camino hacia una vida mejor. La mayoría eran hijos de emigrantes europeos que habían llegado a América con la firme decisión de salir de la pobreza y eran incapaces de entender que la escuela diera más importancia al trabajo manual que al intelectual. Confiaban en el sueño americano y estaban dispuestos a sublevarse contra el «culto a lo fácil» que les impedía el ascenso social.

Visto con perspectiva, aquel fue un conflicto sobre la relación entre conocimiento y poder o, si se prefiere, sobre el valor del conocimiento poderoso. El conflicto sigue vivo, pero hemos decidido no verlo.

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