Biden, punto de partida: «Nada de lo fundamental cambiaría»
«El presidente electo ha ganado por la moderación pero en su partido las nuevas generaciones reclaman medidas sociales y progresistas»
Una advertencia para ilusionados: Joe Biden lleva cincuenta años navegando en lo que Evan Osnos llama «la Meca de las cotorras, la ciudad de los parlanchines»: Washington DC, allí donde, como advertía el doctor Ellis, hasta los niños nacen con ambiciones políticas y no es recomendable fiarse de nadie -se ofrezca a tarifa o altruistamente-, porque todo aquel que pone a disposición su ayuda viene con sus propias intenciones.
Sobre los hombros del presidente electo se han fundado las esperanzas de una vuelta a los valores de un liderazgo moral y de un mundo más justo, un mundo aún bajo la guía de los Estados Unidos de América.
Al comienzo de la campaña de las primarias de los demócratas, Biden se reunió con grupos de financiación y trató de convencerlos evitando identificarse con posiciones de izquierdas que bullen en su enorme partido: «Conmigo -les dijo a la búsqueda del big money– nada de lo fundamental cambiaría». La frase fue usada por sus rivales demócratas anteponiéndola a la atractiva campaña de Obama en su camino hacia la Casa Blanca. El expresidente había lanzado un póster de rojos y azules con su imagen-pop y el destino «Hope» (Esperanza); con Biden, «nada de lo fundamental cambiaría».
Próximo a tomar el mando de la Casa Blanca -siempre que Donald J. Trump[contexto id=»381723″] no pueda impedirlo en su doble reto político y legal-, Biden ha despejado pocas incógnitas respecto a su política económica, más allá de lugares referenciales como el multilateralismo, la reincorporación a la Organización Mundial de la Salud, la utilización del reto climático para crear una nueva industria que demande nuevos empleos respetuosos con el medio ambiente o la reactivación de la relación comercial (y geoestratégica) con Europa.
Internamente, si nada de lo fundamental va a cambiar, las demandas de los demócratas más a la izquierda que incluyen Medicare para todos, universidad gratuita, programas de alojamiento o despenalización de los emigrantes, no parecen estar entre sus primeras prioridades. Biden tendrá que valorar si aumentar con fuerza el salario mínimo y facilitar la labor de los sindicatos.
En uno de sus últimos discursos como presidente tras la derrota de Hillary Clinton, Obama explicó que la democracia norteamericana siempre ha ido en ziz-zag, a veces proyectando la sensación de un firme avance, para, inmediatamente después, retroceder o dar marcha atrás. Para Obama era esencial mantener la creencia en la buena fe de los demás.
Tras alcanzar el poder, al presidente afroamericano le achacaron no haber perseguido judicialmente la venta de hipotecas basura que crearon una crisis sistémica ni tampoco las torturas de guerra. Eufemísticamente, Obama eligió mirar hacia adelante.
Biden se enfrenta a un dilema similar: fiscalizar judicialmente la presidencia de Trump, su presunta negligencia, su corrupción o su mala gestión y, señaladamente, su mala gestión ante el avance de la pandemia[contexto id=»460724″].
Biden puede decidir pasar página, volver a mirar hacia adelante o cerrar los ojos o evaluar bajo una comisión los años Trump, el presidente que incorporó a su familia a la estructura presidencial o dijo tener la «Casa Blanca del Sur» en su residencia-hotel de Mar-a-Lago (Florida), allí donde recibió al mandatario chino, Xi Jinping, y cobró hasta las botellas de agua a la administración estadounidense, según detalló la prensa norteamericana.