Biden será proteccionista
«Trump no hizo otra cosa que vindicar uno de los procederes más autóctonos del acervo político norteamericano. Y Biden no se conducirá de modo muy distinto»
«Si damos a nuestros trabajadores y empresas las herramientas que necesitan para competir, usamos el dinero de los contribuyentes estadounidenses para comprar productos estadounidenses y generar innovación estadounidense, plantamos cara a los abusos del Gobierno chino, insistimos en el comercio justo y en ofrecer oportunidades a los estadounidenses, muchos de los productos que hoy se fabrican en el extranjero podrán elaborarse en Estados Unidos». Tan inconfundiblemente familiares, tanto la música como la letra de ese párrafo suenan a Trump, pero el hombre que acaba de pronunciar tales palabras no se apellida Trump sino Biden, y va a ser el próximo presidente de los Estados Unidos si Dios o la Corte Suprema no lo impiden. ¿Otra vez, pues, América primero? Muy probablemente, sí. Porque, más allá del retorno a los modos y formas civilizados en el foro público, nada sustancial del abierto rechazo a los principios filosóficos del librecambio que caracterizó la presidencia de Trump resulta previsible que vaya a cambiar en exceso con Biden. Presumir lo contrario, la adánica fantasía buenista que tantos ingenuos observadores europeos propalan durante estas vísperas en los medios de comunicación, es, simplemente, ignorar la historia económica de los Estados Unidos desde la fundación misma del país. Perded toda esperanza: como Trump, Biden será proteccionista.
Pecado mortal, el del proteccionismo de raíz mercantilista que, sin embargo, forma parte de la tradición nacional norteamericana más profunda y arraigada en la mentalidad de sus dirigentes. Así, pese a chocar de bruces con cuanto predica el catecismo ideológico de las élites políticas y económicas a ambos lados del Atlántico, lo cierto es que Estados Unidos, una república de agricultores y ganaderos recién liberada del yugo colonial, se convirtió en la primera potencia industrial del mundo no pese al proteccionismo, sino gracias al proteccionismo. América del Norte jamás habría llegado a ser lo que hoy es sin la muy decidida, constante y tenaz lucha contra los principios del libre comercio que emprendieron todos sus presidentes a lo largo de más de un siglo ininterrumpido, desde los tiempos de Lincoln hasta el estallido mismo de la Gran Guerra en Europa, allá por 1914. Al punto de que, a lo largo de ese enorme periodo, el país pudo congratularse por haber levantado en sus fronteras las barreras arancelarias más altas del mundo todo; en promedio, Estados Unidos gravó con un impuesto del 45 por ciento a la totalidad de los productos de importación que pretendieran acceder a su mercado doméstico. Y únicamente empezaron sus capas dirigentes cambiar de opinión, si bien muy poco a poco, cuando la industria local había alcanzado ya un grado de superioridad indiscutible sobre sus competidores europeos. Ni un minuto antes.
En puridad, Trump no hizo otra cosa que vindicar uno de los procederes más autóctonos del acervo político norteamericano. Y Biden no se conducirá de modo muy distinto. Algo, la continuidad de lo esencial del trumpismo, a partir de ahora desprovisto de la brutal e innecesaria parafernalia retórica tan cara al anterior presidente, que, a no dudarlo, provocará atónitas y desoladas lágrimas de cocodrilo entre los líderes europeos. Unos dirigentes, las plañideras de la UE con Merkel a la cabeza, que se habían lanzado a pisotear hasta la última coma de la doctrina liberal sobre el comercio exterior mucho antes de que Trump siquiera soñase con pisar algún día la Casa Blanca. Porque hay infinitas maneras de aplicar políticas económicas proteccionistas. Infinitas. La más obvia, también la más tosca, era la preferida por Trump: establecer un impuesto explícito a las importaciones. Mucho más sutil, la Europa que tanto se escandalizó durante los últimos cuatro años con las abiertas andanadas contra el libre mercado de Estados Unidos, lleva casi una década aplicando un impuesto general e invisible a todas las importaciones que llegan a Europa, tasa que se combina con una subvención no menos general e invisible a todas las exportaciones que salen de Europa. Lo mismo de Trump, pero elevado al cubo. ¿Y cómo nuestra muy llorosa e hipócrita Europa logra aplicar ese impuesto y esa subvención invisibles? Muy fácil: provocando la depreciación del euro en los mercados de divisas de forma constante, consciente y deliberada. Biden, sí, tendrá que ser tan proteccionista como Trump, entre otras razones, porque los europeos -y los chinos- no le dejaremos otra opción.