Coraje y lealtad
«Una vez muerto, John McCain ha vuelto a la palestra para marcar su distancia con la demagogia de Donald Trump y su ejemplo puede iluminar un camino que no se reduce a los escaños de la derecha ni mucho menos»
Tras la victoria de Joe Biden en las presidenciales americanas, se ha hecho viral el discurso de felicitación que pronunció John McCain después de su derrota ante Obama en la campaña de 2008. Amigo íntimo y rival de Biden, el senador republicano representó durante cuarenta años la figura de un político fiel a sus ideas y, sobre todo, a su país. Su conservadurismo, tan apegado a las esencias americanas, no era el ideológico que se estila ahora ni el maniqueo que se enfrenta a una izquierda también excluyente y que se cree en posesión de la verdad, sino algo mucho más cercano al conservadurismo tradicional basado en la lealtad a unos principios. John Lukacs observó que el conservador es patriota pero no nacionalista, mantiene la enseña del honor y no juega sucio, acepta la derrota aunque busque incansable la victoria, ama al hombre aun conociendo por propia experiencia sus múltiples imperfecciones y debilidades. McCain ejemplificaba, oculto bajo el disfraz de un maverick, ese ideal. Era, por así decirlo, de esa clase de políticos que van por libre y no se dejan intimidar porque respetan primero su conciencia y saben que el precio a pagar por ello es el coraje. «Servir a una verdad mucho más grande que uno mismo» fue el lema de su vida y debería ser también el de cualquier vida honorable. El amor a los demás encomienda, podría decirse. El amor a la familia (ese espacio donde quizás se nos juzga, pero nunca se nos abandona), a los amigos, a los compatriotas, a los adversarios, a los distintos… dibuja el auténtico rostro de la humanidad. Y la verdad más íntima de un hombre.
Una vez muerto, John McCain ha vuelto a la palestra para marcar su distancia con la demagogia de Donald Trump[contexto id=»381723″] y su ejemplo puede iluminar un camino que no se reduce a los escaños de la derecha ni mucho menos. La enfermedad del cainismo, por lo que se ve, es universal. En su correspondencia con José Jiménez Lozano, publicada recientemente por Trotta, Américo Castro recuerda que «lo bueno que han tenido los países anglosajones es fruto del espíritu de servicio, de servir a todos, como escribía Marcos en su Evangelio. De ahí el Social Service, y el civil servant. Los españoles, del siglo XVI en adelante, olvidaron el Evangelio y han servido a su casta, a su entorno, a su parentela, a sus amistades, etcétera». Era otra época, sin duda, porque poco queda de aquel ideal de servicio en nuestra época tribal. Poco queda, quiero decir, en la clase política, en los medios de comunicación y en el discurso público. Triunfa la ideología -y, peor aún, el cinismo- y no los principios, que es como hablar de otra forma de idolatría. Ojalá tuviéramos un McCain en España. Uno o varios. Con sus errores, por supuesto; pero también con su coraje y con su lealtad, con su patriotismo, con su grandeza. Y no lo que padecemos ahora.