THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

El sesgo nunca descansa

«La animadversión ideológica siempre es más fuerte. Es una tentación poderosa la de la autocomplacencia del discurso tuitero que se sabe que triunfará entre los semejantes»

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El sesgo nunca descansa

Chema Moya | EFE

De todas las costumbres que hemos cambiado en ocho meses, la de analizar desde el sesgo aún perdura. Vendrán nuevos años, nuevos líderes políticos, y pandemias y hasta presupuestos generales, pero lo de valorar los hechos por los hechos, y no por la estética ideológica con que presuman, es algo que jamás abandonaremos. Se dan así situaciones que oscilan entre lo ridículo y lo cómico, como esos cientos de tuiteros filólogos manifestando un autocomplaciente enfado por las palabras de un columnista que no dijo lo que ellos decían que dijo. No fue este un episodio, aunque diera de qué hablar, lingüístico, pero sí sociológico. Muy sustancioso para un análisis en esa disciplina de las ciencias sociales. El caso es que, para empezar, descubrimos unos curiosísimos especialistas de la filología: filólogos que no leen, o que no quieren leer. Hemos vivido días de incesantes reencarnaciones de dámasos alonsos, qué resplandor humanista, pero lo cierto es que el asunto no merecía tanto estudio y lecciones: Jorge Bustos no menospreciaba el acento andaluz, sí la incompetencia de una portavoz para ejercer en su cargo -con sus anacolutos, imprecisiones, agramaticalidades-. Pero a las seis de la tarde del jueves ya daba todo igual. La animadversión ideológica siempre es más fuerte. Es una tentación poderosa la de la autocomplacencia del discurso tuitero que se sabe que triunfará entre los semejantes.

«Esta exhaustiva e intensa dedicación filológica no la hemos visto, sin embargo, en el proyecto de educación lingüística que el Gobierno prepara. Aquí, es curioso, no hemos visto ese acalorado debate, esas voces iracundas por aquella parte de la grada. Como tampoco las hemos visto en el pacto de unos presupuestos de cuya legitimidad democrática no se duda (no conviene ceder al tremendismo), pero de los que tampoco hay que estar orgullosos. Qué socios prestan apoyo. Dice Ábalos, cuando les reprochan estos peculiares compañeros, que si por algunos fuera no hubiese habido Transición en España. Otros, hemos leído, dicen que hay que vivir sin rencor. El cinismo y el oportunismo presentando sus mejores galas. El sesgo ideológico tiene estas cosas: los que insistían con el eslogan de «La foto de Colón» no se preocupan por estos pactos tan delicados con formaciones abiertamente extremistas y antisistema. Y perdón por si se resulta impertinente, pero un hecho: en la moción de censura, ni Casado ni Arrimadas, retratados por algunos como los últimos supervivientes del franquismo, apoyaron a Abascal. Quien quiera entender, que entienda.

El sesgo siempre complica las tareas. Dificulta el ver las coincidencias en las formas -incluso en cierta naturaleza política- entre Abascal e Iglesias: el odio como sustento para captar adeptos y llegar al poder, la retórica bélica y emotiva sustituyendo cualquier mínimo argumento racional, la búsqueda de un enemigo fácilmente reconocible al que culpar de cualquier desgracia. Etc. Recordamos ahora aquel debate -también cómico, como el de los filólogos que no leen- sobre los escraches. La sofisticación en el razonamiento te dejaba la mirada fija en un punto, como un búho: si son míos son escraches; si son de los otros es acoso. Las justificaciones de muchos de los partidarios de Iglesias para excusar lo inexcusable fueron meritorias.

Los caminos del sesgo son verdaderamente inescrutables. Aunque se entienda que siempre tendemos a preservar un lugar en el que pilotar seguros, una especie de constante salvavidas para cualquier debate que se nos presente. Tenemos que hacernos con un código ideológico que nos haga más fácil las interpretaciones, los análisis, los problemas. Somos así: humanos. Pero quizá crecer es aprender a nadar por tu cuenta.

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