THE OBJECTIVE
Juan Marqués

Para unas "cartas a un joven crítico"

«Los críticos somos como los atletas, tenemos nuestras distancias. Yo me considero más o menos solvente en los 1.500 metros, pero soy malo en la maratón y desastroso en los cien metros»

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Para unas «cartas a un joven crítico»

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Reseñar un libro es, por lo general, bastante más lucrativo que escribirlo: eso es lo primero que hago saber a los amigos que se lamentan viendo cómo, por tener que leer y reseñar tantas novedades editoriales, no tengo ningún tiempo para desarrollar los proyectos mayores que, suponen ellos, querría yo acometer (y, en fin, puede que algo de eso haya, pero sin grandes tragedias). Y también tienen razón al pensar que la mayoría de esas reseñas y colaboraciones están mal pagadas, pero no saben que yo, prefiero cobrar 100 euros por escribir 5.000 caracteres que 200 por escribir 1.000. Los críticos somos como los atletas, tenemos nuestras distancias. Yo me considero más o menos solvente en los 1.500 metros, pero soy malo en la maratón y desastroso en los cien metros. Los tres folios son mi famosa “zona de confort”: si me sacan de allí me aturullo un poco, o por lo menos tengo que entrenar mucho más para salir airoso.

“Ten cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que se cumpla”, nos advertían, como un mantra, gentes muy intensas y muy plomazos, y lo cierto es que, pasado un tiempo, uno se acuerda bien de todo aquello porque, maldita sea, tenían algo de razón. A los veinte años uno ya se imaginaba entre columnas de librotes, leyendo todo el día, leyéndolo todo, recibiendo aluviones de volúmenes en casa e intentando poner un poco de orden y de serenidad cultural en todo ello, metiendo el mundo entero en casa y después devolviéndoselo, bien organizado, a ese mismo mundo que reclamaría nuestra autorizada opinión. Veinte años después uno está muy contento y perfectamente conforme pero es, objetivamente, un pobre hombre, con el agravante de que se trata de un pobre hombre que recibe cuatro o cinco libros al día, lo cual es, créanme, muy desasosegante.

Si yo pudiese hablar con aquel veinteañero que fui y darle algún consejo para que se evitara alguno de los errores cometidos, o de los disgustos que le sobrevinieron, creo que lo haría en plan decálogo, al modo de unas “cartas a un joven crítico”. Es uno de esos proyectos de los que hablaba arriba y que, como no voy a poder (o incluso querer) culminar, esbozo aquí, improvisando, de forma poco sistemática, con desorden:

  • Sé bondadoso, pero no seas manso; sé educado, pero no seas dócil; sé humilde, pero sé valiente, sé atento pero no servil. “Amable e inflexible”, dice, sin más, un aforismo de Juan Ramón Jiménez, y eso ha de ser como un lema para el crítico.
  • Es probable que tu trabajo tenga, relativamente, poca importancia, sobre todo si lo comparamos con otros, pero debes vivirlo con lealtad hacia ti mismo y, por tanto, afrontarlo como si fuera realmente decisivo. Pensar que puedes hacer algo por el futuro de la literatura es ridículo, sí, pero no es ridículo.
  • No es que tú siempre elogies los libros de tus amigos: es que tú no eres amigo de nadie que no escriba muy bien.
  • Para ser crítico hay que tener criterio, y sólo te tomarán en serio si lo tienes y lo aplicas. No desaproveches ninguna ocasión para ir, aunque sea entre líneas, o con digresiones, exponiendo y explicando ese criterio. Pero no seas dogmático: no desprecies libros buenos sólo porque no se ajustan a lo que valoras. Si no tienes la mente abierta caerás en el fanatismo: el talento literario adopta muchas formas, y algunas te repatearán, pero has de saber identificarlas, reconocerlas y valorarlas.
  • No compares gratuitamente libros que son, por definición, incomparables. A no ser que se trate de libros explícitamente dependientes o procedentes de otros (lo cual ya implicará un punto en su contra), recuerda que cada libro es un mundo, un sistema literario diferente, autónomo incluso de su propio autor. Y, por mucho que esas cosas les encanten a los redactores de los periódicos, no caigas en esas etiquetas de “aquí tenemos al Walt Whitman gallego”, “es como la Mary Beard del Ebro”… Sé, en fin, serio.
  • Sé serio, pero intenta ser divertido. No seas demasiado ganso, pero no seas solemne. Acuérdate, en fin, de que puede haber un lector al otro lado, leyéndote.
  • Un crítico no sólo se retrata por lo que se reseña, sino también por lo que no reseña, o incluso por lo que no lee. Como decía, una vez más, Juan Ramón Jiménez, hay libros que se leen por emanación: no escribas sobre ellos.
  • No, no todos los escritores de tu ciudad son maravillosos.
  • Eres un crítico, no un criticón. Si puedes elegir, opta siempre por escribir sobre libros buenos, habiendo tantos, y declina encargarte de libros mediocres. En la simple elección ya hay un ejercicio de crítica.
  • No seas pedigüeño, porque te costará caro. Pide sólo ejemplares de los libros que sepas que vas a poder leer y comentar. Y recuerda aquel verso de Carlos Drummond de Andrade: “Sólo soy sincero cuando estoy en silencio”. A veces es lo mejor que podrás hacer para corresponder la generosidad de un editor que te ha enviado el libro. Y si, legítimamente, te lo recuerdan (“Oye, al final no sacaste a…”), responde que, en efecto, decidiste hacerles ese favor.
  • Si te equivocas, pide perdón. Diga lo que diga el frenético siglo XXI, no hay nada humillante en ello, al contrario.
  • Si algún editor te envía por sistema todo lo que van publicando, reacciona a tiempo: escríbeles para indicarles que dejen de hacerlo, que ya les pedirás con toda confianza aquello que te interese y puedas reseñar.
  • Escribe tus reseñas, también las de las revistas culturales, como si alguien fuese a leerlas.
  • Eres crítico, pero no a tiempo completo, como los médicos o los sacerdotes, sino a tiempo parcial, como los conductores de autobús. No estás obligado a tener una opinión sobre todos los libros que se publican, y de hecho no debes tenerla.
  • No perderás amigos. No eran tus amigos.
  • Eres crítico de libros ante tu ordenador, o cuando intervengas en público, no en el bar. Si te preguntan entre cañas por el último Premio Herralde o sobre Anatomía sensible tienes derecho a guardar silencio y harás bien en hacerlo. No creas que es mejor ser un crítico temible que un crítico benévolo. Pero si alguien te pide alguna reseña sobre esos libros, acéptalo y actúa en consecuencia, con naturalidad, sin querer hacer daño pero fiel a tu obligación y a tu responsabilidad.
  • La materia prima de tu trabajo es la verdad, como la harina para un panadero. Si mientes, o si disimulas, o si calculas, o… no sólo estás haciendo mal tu trabajo, sino que lo notarán incluso aquellos supuestamente beneficiados por tus falsas palabras. Di siempre lo que piensas, con educación, razonadamente, sin exaltaciones… y si no, no digas nada.
  • Parecerá que se enfadan o se ofenden (o puede que incluso se enfaden o se ofendan), pero si haces las cosas con verdad, calidad y autoexigencia te estarán, cuando menos, eso que ahora se llama “respetando”.
  • Nunca pronuncies o escribas una palabra sobre un libro que no hayas leído. Claro que puedes aludirlos (“Ésta es la tercera novela de X, tras Tal y Cual”…), pero no digas nada de Tal ni de Cual si no las has leído enteras. Nunca finjas haber leído lo que no has leído, porque es un bumerán que más temprano que tarde golpeará tu credibilidad, y tu credibilidad es todo lo que tienes.
  • Como en todas las carreras profesionales, tendrás altibajos de todo tipo. Cuenta con ellos y asúmelo. Cuando escribas todas las semanas en el suplemento de El Mundo, los editores te invitarán a comer e insistirán en pagarte gin-tonics aunque a ti te guste más la cerveza. Cuando cierren ese suplemento, esos mismos editores no te saludarán al cruzarse contigo por el Retiro. No hay ningún problema en ello: aunque parezca inexplicable es lo natural, lo inmutable, lo eterno. Tú a lo tuyo.
  • Más sobre lo anterior: no es que se hayan enfadado por tu reseña negativa, o porque los elogios post-comilona no fueron suficientes en su opinión… No: es que ya no tienes “influencia”. En dos o tres años volverán a llamarte, y también tendrá que darte igual.
  • No presumas de duro, sobre todo si no lo eres, si no quieres serlo. No hay nada más dramático que ser conocido por tu violencia.
  • Ten compasión ante los que desconfíen de que de verdad lees todo aquello que parece que lees. Recuerda que no todo el mundo tiene tanta suerte como tú.
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