MyTO

Historiar con calidad

Opinión

Cuando recibió el Nobel, Vargas Llosa pronunció un discurso memorable, Elogio de la lectura y la ficción, en el que decía: “Gracias a la literatura desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas”. Y así es: atendiendo al origen de las palabras, poeta es “hacedor”, historia es “indagación”, narrar es “conocer”. Las etimologías atestiguan que en su raíz profunda, el contar es un modo privilegiado de aprehender la propia experiencia. Hoy el término que prima en español es el relato, un participio latino que significa “lo acarreado”: la comunicación y transmisión de la experiencia, tan importante como su comprensión directa y formulación primigenia. Ahora bien, los términos en boga crecen como las burbujas y suelen acabar como ellas.

“La selección encuentra su relato”, “Europa carece de relato”, “que ETA no gane el relato”, “Trump prepara su relato”, y más frases similares circulaban sin control y a velocidad desbocada a mediados de noviembre en tertulias y periódicos de izquierda, derecha y centro. Ni en los libros para políticos y directivos, ni en las conferencias de gurús de la comunicación, falta ya nunca el capítulo sobre la necesidad del relato. La relatofilia, por no decir relatofagia, lo conquista todo. Cuando hace poco me sorprendí pensando que a los huevos revueltos del desayuno quizá les faltaba relato, me di cuenta de que la palabra es ya insalvable. Pero lo que hay detrás del término aún se puede preservar del destino terrible de los hallazgos demasiado exitosos, convertirse en clichés antes de haber llegado a ser verdades.

La nueva moda, como tantas veces sucede, proviene del entusiasmo por un descubrimiento cierto. Hasta hace pocas décadas, el discurso narrativo era secundario, siempre subordinado al modo descriptivo que permitía conocer con objetividad: un cuento era un entretenimiento escapista; un ejemplo para ilustrar con emoción la argumentación racional; un modo de conocimiento infantil y primitivo, y a lo sumo, un talento artístico al alcance de unos pocos genios. Marcados por el hito inaugural de la filosofía y la ciencia occidentales, aquel famoso “todo es agua” de Tales de Mileto frente al “Océano es el padre de todas las cosas” de Homero que pasaba del lenguaje mítico al lógico, concebíamos el progreso humano como avance de la ciencia objetiva frente a la narración fantasiosa, subjetiva y, a la postre, falsa.