Black is black
«Por qué se empeñaría alguien en ofenderse de gratis es algo que yo no logro entender, pero no hay duda de que es tendencia y de que siempre, siempre le sale a cuenta al ofendido»
Estas polémicas sobre el racismo en el fútbol, ondoyantes, que llegan como si nos importase mucho y se van como si nada. He visto que al jugador Cavani amenazan con sancionarlo gravemente por haberle dado las «Gracias, negrito» a un amigo suyo, presunto negro. Y he recordado que hace nada, un par de semanas a lo sumo, se paró un partido de Champions cuando un cuarto árbitro indicó que había que sancionar al negro. Parece ser que el negro lo oyó y montó en cólera, exigiendo explicaciones sobre por qué se referían a él como negro y provocando la reacción airada de los jugadores de ambos equipos, que se negaron a seguir con el encuentro.
El árbitro se defendía diciendo que habla en rumano y que en rumano negro se refiere al color de la piel pero, evidentemente, ya no había nada que hacer. En rumano el negro es un color, como en todas las lenguas que yo conozco, pero eso no tiene ninguna importancia. No importa lo que se dice y ni siquiera importa con qué intención se hace. Lo único que importa es la intención, la mala intención, que se le quiera atribuir. Y en este mundo, las malas intenciones, el racismo, el machismo y todo lo demás, ya se presuponen. Por qué se empeñaría alguien en ofenderse de gratis es algo que yo no logro entender, pero no hay duda de que es tendencia y de que siempre, siempre le sale a cuenta al ofendido. Al negro en cuestión se le suspendió la sanción, al menos de momento, y recibió la solidaridad de compañeros, adversarios, y del mundo del futbol en su totalidad. En su honor herido se paró incluso un partido de Champions. Pero, contra todo pronóstico, no se paró el mundo. A la mañana siguiente, los ofendidos jugadores levantaron el puño, se reanudó el partido y se olvidó el asunto.
Decir que todo esto es de una gran hipocresía es ya un tópico que da un poco de vergüenza escribir. Pero no puede ser que el único que se acuerde de esto sea el árbitro avergonzado. Es una gran hipocresía porque en ese mismo partido y en medio de la indignada protesta contra el racismo, alguien de entre los ofendidos le recordó, y yo sospecho que con cierta malicia, que en su país los rumanos son gitanos. Es una gran hipocresía que Neymar fuese y sea todavía uno de los más indignados cuando hacía nada había llamado chino de mierda a un jugador rival y es una gran hipocresía que la presunta víctima del día tenga un Twitter la mar de simpático con el islamismo radical y con cierta tendencia a las insinuaciones antisemitas. Es una hipocresía, también, que quienes critican a un cuarto árbitro rumano por verbalizar una evidencia sin ninguna mala intención aparente aplaudan la valentía de quienes se hacen millonarios a sueldo de los Emiratos Árabes y consuelen a unos pobres turcos que, al fin, son quienes nos hacen un trabajo que de tan sucio no se paga sólo con dinero.
Hipocresía, digo, pero quizás exagero. Virtue signaling, a lo más. Para que fuese hipocresía, y no simple estupidez, deberíamos saber al menos en qué creemos en realidad.