Lo más duro para un autor de comparsas de Cádiz es saber que este año no volverá a haber Carnaval. Es una muerte de febrero del mismo calibre que tendrán las procesiones internas en Málaga, en Sevilla, en Valladolid, en Zamora y en Cuenca. Sin embargo aquí estamos, frente a una hoguera navideña echando los últimos troncos que huelen a encina y maldiciendo este 2020 que se acaba. Hacemos letrillas de un Carnaval que no será, pero la tecnología nos dará este año un Falla virtual donde quizá se consagre lo que hago en prosa: la comparsa. Lo que no pudo quitar Franco, no lo va a estropear un virus chino.
Estamos sentados mi amigo Elton y yo frente a la misma chimenea y sí, insisto, volvemos a pensar en un febrero en el que el pito de caña vuelva a atronar entre Cádiz y Madrid. Entro en su ensayo de comparsa madrileña, por San Blas, y veo que se confirma esa sospecha que tuve desde pequeño: Madrid es la novena capital de Andalucía y ése es el consuelo donde vivo mi destierro desde hace ya la friolera de 15 años.
Los gaditanos en Madrid, como los gallegos en Madrid, como los españoles en Madrid, no quieren perder febrero, ni enero, ni el puto año. Hace frío de sabañones y aquí, en San Blas, en una comparsa que se dice de Atocha, se habla sobre el bienvenido, o la Bienvenida de Argüelles, que es la casa que no tuve. O sobre mí mismo. En esta columna de fin de año quiero que resuene con un pito de un Carnaval -que no será- mi crítica a Illa, a Simón, a una Arrimadas instagramer y a todo lo que era sólido.
Yo he visto prosillas de ideas, burguesas, que sonrojaban de lo malas que eran y me he reído de lo ‘noticiable’, que era contar un confinamiento[contexto id=»460724″] con niños haciendo pan de masa madre en el secuestro civil que vivimos. Yo lo viví con un anciano en un sótano cachondo de Argüelles y, desde allí, fuimos mandando un mensaje de optimismo que las cerveceras nos compraban. Me encerré en un sótano y con una bici de Spinning me imaginaba mis cuestas de Abantos.
Este año ha sido una locura. Una infamia. Miren a Illa y a Simón y piensen en quién está al volante.
Illa, candidato a Generalitat y eso era todo: un filósofo sin obra, un Clark Kent de baratillo, una pronunciación como de chicle para sacar presos y que el 1-0 más que una ensoñación sea una chiquillada.
Pienso, en el día del cuento de ‘La Cerillera’, que qué solos se quedan los muertos. Que qué buena es la última de Disney, ‘Soul’, y que o vivimos y bebemos y comemos, o nos matan las y los brasas de la cotidianeidad.
Es 31. Bendito sea Dios y el que inventó la viagra y descubrió el ARN mensajero. Escucho carnavales, aun en diciembre, quiero un pito y quiero ser libre.