THE OBJECTIVE
María Jesús Espinosa de los Monteros

QAnon o el delirio

«Lo de esta semana es sólo el corolario perfecto a un lustro de permisividad y tolerancia hacia falsas noticias que culminan con la más devastadora»

Opinión
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QAnon o el delirio

SAUL LOEB | AFP

No somos pocos los que nos hemos acordado del ‘Pizzagate’ y de ‘QAnon’ al ver las recientes imágenes de unos descerebrados disfrazados de protagonistas de películas de Wes Anderson entrando en el Capitolio, ese templo sagrado de la democracia que ya ha sido manchado para siempre. Lo de esta semana es sólo el corolario perfecto a un lustro de permisividad y tolerancia hacia falsas noticias que culminan con la más devastadora: no nos creemos unos resultados electorales que no nos favorecen. «Si no tuvieran nada que ocultar no se negarían a un recuento electoral», afirman algunos. ¿Es que alguien pidió algo similar en la victoria de 2016 de Trump, exactamente con el mismo método y herramientas con los que se impuso Biden? Solo el asalto al templo de la democracia ha conseguido que Twitter haya eliminado algunos de los cientos de tuits incendiarios que Trump ha arrojado en los últimos meses.

Es cierto que las mentiras y la propaganda son tan antiguos como el ser humano, pero en los últimos años se ha creado un fenómeno nuevo. Uno al que se refiere el escritor Jorge Carrión en su podcast Solaris, Ensayos Sonoros en un episodio dedicado a la posverdad: «(Se trata) de la generación y difusión de fake news, narrativas de pseudociencia o teorías de la conspiración a través de internet, que ha cambiado radicalmente la relación de la humanidad con los hechos; ahora las narrativas emocionales son mucho más convincentes que las narrativas factuales», explica el escritor. Sin duda, el caso más emblemático es la historia del Pizzagate, la historia estrambótica, según la cual, ciertas frases de los mails filtrados en la campaña de Hillary Clinton en 2016 escondían una red de abuso infantil y pederastia organizada por los políticos demócratas. «La historia terminó con un hombre armado con un rifle que entró en una pizzería dispuesto a liberar a los niños, prisioneros en el sótano. No encontró nada. Se entregó a la Policía», cuenta Jorge Carrión en Solaris. QAnon es el nombre que algunos de los asaltantes llevaba escrito en sus pancartas. La letra Q simboliza una teoría según la cual Trump[contexto id=»381723″] lucha con la pedofilia de las élites. ¿Cómo combatir a la mentira si los hechos ya no importan, si las pruebas nada prueban?

Por parte, Bruno Patino explica en su libro La civilización de la memoria de pez que las conspiraciones y otros iluminados son una de las cuatro razones —junto a robots, desinformación por parte de potencias extranjeras y anunciantes del «lado oscuro»— que convertirán nuestra sociedad en la sociedad de la posinformación. En este mismo libro Patino afirma que «la capacidad de convocar a un gran número de personas constituye una prima de eficacia». Y, ciertamente, es imposible recordar otro evento parecido: Trump, como un flautista de Hamelin moderno, llamando a sus súbditos a proclamar el caos como forma de gobernanza.

Explica Marta García en su libro Lo imprevisible que «cuanta más incertidumbre sentimos, más fácilmente nos convencen». Lo que representan estos seguidores acérrimos de Trump es lo el psicólogo Arie Kruglanski llamó ‘cierre cognitivo’, es decir, las ganas de buscar respuestas no siempre nos hace querer informarnos más —es decir, mejor—, sino en encontrar esas historias que concuerden perfectamente con nuestra teoría y, por supuesto, nos dé la razón. En este sentido, resulta atronador el silencio o, mejor dicho, el vacío de ciertas palabras pronunciadas por líderes de derechas en nuestro país en las últimas horas, a excepción de Pablo Casado, el único que ha condenado el asalto al Capitolio sin ambages y sin necesidad de recurrir a comparaciones inútiles. Quizás lo de esta semana pueda leerse como el desencadenante del fin del populismo en Occidente. Ojalá.

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