¿Trumpismo sin Trump?
«Trump parece tan irrepetible –para mal– que es improbable que haya trumpismo sin Trump –de la misma forma que no hubo berlusconismo sin Berlusconi»
Tras el bochornoso asalto al Capitolio por parte de una turba debidamente arengada por Donald Trump ante la Casa Blanca, y ahora que el presidente de Estados Unidos encara sus últimas horas en el cargo, ha vuelto a surgir la pregunta: ¿continuará el trumpismo sin Trump? Hasta ahora, en los análisis ha predominado el temor –aunque alguno hay que aún muestra el deseo– de que así sea. Al fin y al cabo, llevamos cuatro años desgranando las heridas de la sociedad estadounidense y de grandes sectores olvidados, hablando del aumento de la desigualdad y de la falta de horizonte para una clase media que se siente abandonada, elementos que lejos de haberse solucionado, se han agravado en estos años. Solo faltaba una pandemia. Estando vigentes las razones que, al calor de los diagnósticos más aceptados, fueron causa y no consecuencia de Trump, ¿por qué habría de disolverse el trumpismo tras la victoria de los demócratas y la llegada de Joe Biden al Despacho Oval?
A esa misma conclusión parecen haber llegado muchos destacados líderes republicanos con intenciones presidenciales a medio y largo plazo. Sin la base trumpista, aún fiel a su caudillo y que llega a justificar en proporciones asombrosas los hechos del pasado 6 de enero en Washington, no parece probable heredar los 74 millones de votos que el republicano obtuvo en las elecciones presidenciales de noviembre. Es desde ese convencimiento desde el que hay que entender las actuaciones y posiciones de senadores como Marco Rubio o Ted Cruz, cuyo cinismo solo es comparable a sus ambiciones. Pero no cabe despreciar el dilema al que se enfrentan estos republicanos ya en la línea de salida generacional para la Casa Blanca.
Sin embargo, todo parte de una premisa discutible. Cuando analizamos la historia, la actualidad o el futuro, tendemos a relegar el peso que concedemos a las personas –su carácter, su carisma, su capricho, su poder, en definitiva– en favor de esos movimientos de fondo, de esas placas tectónicas sociales, que son los que explicarían de verdad hacia dónde va una sociedad en un momento determinado. Ese enfoque en las estructuras, en la longue durée, es sin duda acertado en la mayoría de casos, pero también suceden personajes que, para bien o para mal, explican la historia, o la aceleran, o la desvían. ¿Habría habido nazismo sin Hitler? ¿En las mismas proporciones? ¿Con las mismas consecuencias? La corrupción de la segunda mitad del siglo XX italiano, ¿derivaba inevitablemente en un Berlusconi? ¿O el propio Berlusconi fue tan esencial como las circunstancias en las que creció empresarial y políticamente? Hubo bastantes ayuntamientos corruptos durante varias décadas, pero no hubo tantos Jesús Gil.
Trump parece tan irrepetible –para mal– que es improbable que haya trumpismo sin Trump –de la misma forma que no hubo berlusconismo sin Berlusconi y por eso sigue, de alguna forma, ahí–. Por no mencionar el efecto vacuna que sus astracanadas recientes hayan podido generar en partes de la sociedad que hasta ahora lo defendían. Lo que venga será ya otra cosa, aunque siga siendo igual de peligrosa o rechazable, o aunque comparta muchos rasgos con el movimiento actual. El apoyo de su nutrida base es un caladero importante, pero jugar a ser Trump sin serlo suena más ridículo que efectivo. Que no es probable que haya trumpismo sin Trump parecen haberlo entendido algunos republicanos veteranos, inclinados a apoyar en el Senado el segundo impeachment para así evitar una posible candidatura del presidente saliente en 2024.
De lo que no hay dudas es de que el Partido Republicano tiene un gran problema al que no está claro que pueda sobrevivir de una pieza.